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EL LIBRO DE ÍNGRID BETANCOURT nos sumerge en tres realidades tan profundas como insondables y complejas...
EL LIBRO DE ÍNGRID BETANCOURT nos sumerge en tres realidades tan profundas como insondables y complejas: la de su alma —contradictoria y rebelde—, la de la selva con sus misterios y amenazas, y la de la locura de la guerra, con las Farc como protagonistas. Cuando ella quiso terminar con el silencio, y revelar los secretos que no se quedaron en la selva, decidió jugársela a fondo. Descendió a los infiernos, pero a diferencia de las narraciones de los otros secuestrados, plagadas de anécdotas exteriores y reiterativas, la de Íngrid es una historia llena de fuerza y sentimientos. No es una catapulta a la vida pública, sino una invitación a ahondar el alma humana. Sin concesiones ni controles. Contrario al libro Cautiva, de Clara Rojas, un espejismo en el que resulta incapaz de afrontar las paradojas de los sentimientos y la sinrazón que la lleva a escabullida cobardemente en una hilazón de anécdotas tan superficiales como banales.
No hay silencio que no termine, las memorias de Íngrid Betancourt de sus siete años de cautiverio, son una reflexión sobre la condición humana. De lucha por la supervivencia frente a la adversidad de la naturaleza furiosa y la crueldad de un grupo armado que traicionó todo para entregarse al bandidaje. Una mezcla de detalles y pensamiento que alcanza la universalidad necesaria para trascender fronteras y conseguir llegar a miles de lectores en distintos idiomas y países. Las 700 páginas son un recorrido por la gama de estadios emocionales que conoce el ser humano y que pasa por la humillación y la rabia, el rencor, la envidia, la maledicencia, el odio, la soledad, el dolor. Briznas de ternura, poca alegría y mucha desesperanza.
Sin sectarismo ni posiciones ideológicas, el libro aporta elementos para entender la lógica infernal de la guerra, del conflicto colombiano con unas Farc degradadas, acorraladas pero no vencidas, hinchadas de soberbia que se mueven en un escenario desconocido, al otro lado del río Magdalena. El recorrido de Íngrid secuestrada empieza en la Unión Peneya (la llama erradamente Unión Pinilla), epicentro del bloque Sur en el Caquetá y avanza hacia el sur, remontando la selva hacia los balcones de la Amazonia, el ancho Guaviare. Un territorio ajeno para la mayoría de los colombianos, abandonado y distante que nunca podrá ser reconquistado sólo con el fusil.
El coraje de Íngrid ya se había revelado en la carta que envió en noviembre de 2007, como última prueba de supervivencia, cargada de dignidad, que despertó la ira nacional contra las Farc y la apabullante solidaridad que se expresó en la marcha del 4 febrero de 2008. La Íngrid Betancourt de No hay silencio que no termine dista de aquella mujer atrapada por la mezquindad, que se ganó el odio nacional cuando pretendió, con una inaudita ambición demandar al Estado para hacerse a unos cuantos miles de millones de pesos. Aquí aparece un ser humano engrandecido por el sufrimiento vivido en el corazón de las tinieblas, como diría Joseph Conrad, que la coloca más cerca de la buena literatura que de la política. Ese mundo de máscaras, cálculo y discursos, que pareciera estar en su pasado y después de lo vivido y escrito ya nunca más formará parte de su futuro.
