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EL TIEMPO, CON SU INELUDIBLE PAso, ha sido permanente tema de reflexión de filósofos y pensadores a través de los siglos y civilizaciones.
Es la realidad profunda de la vida en general y de las personas en particular, y con ella llegan las preguntas, inquietudes de todo ser humano y en especial de las mujeres, quienes por lo general no sabemos reconocer que cada edad tiene su encanto. De allí la proliferación de las denominadas cuchibarbies, aquella mezcla grotesca de cucha (adulta mayor) con figura de muñeca Barbie, tan común entre las latinas. Esas mujeres que pasados los 45-50 años insisten en los escotes y la lycra forrando el torso, los pantalones stretch o descaderados cubriendo unas colas artificialmente paradas; las melenas largas, aretes colgantes, pestañas postizas, crespas y largas, ojos quirúrgicamente estirados para disimular arrugas, dejando a la vista unas cejas con unos arcos desproporcionados, que cambian radicalmente la expresión del rostro. Ni hablar de las narices respingadas producto del bisturí, el botox y la colección de cirugías plásticas. Un desfile silencioso de rostros y cuerpos reconstruidos, mejor decir, intervenidos, que no dejan de ser patética demostración de batallas perdidas contra el paso del tiempo.
Contrasta tanta confusión con la reflexión de la columnista Ann Morrison en el New York Times sobre la sabiduría de ciertas mujeres a la hora de envejecer. Sobresalen entre ellas las francesas, quienes a pesar de ser quienes más invierten en el mundo en el cuidado de la piel —2,2 billones de dólares al año—, envejecen con gracia. Sin angustia aparente. Se aceptan como son. Se visten y calzan con comodidad. Sin disfraces. Ropas coloridas y sueltas acompañadas de pequeños detalles que marcan la diferencia: una pañoleta de seda bien puesta, un collar, un prendedor, una cartera original. Con simplicidad. Maquillaje discreto, sin excesos, sin el afán de esconder tras espesas capas de base las inocultables arrugas. Caminan para mantenerse en forma, ausentes de las extenuantes jornadas en los gimnasios urbanos. Mente ocupada y serenidad, como si la belleza fuera una tradición cultural incorporada a la cotidianidad, que se acepta y maneja con naturalidad. Decirlo suena fácil, pero ah complicado que resulta saber aceptar la realidad de los años. Pero sin duda, saber envejecer resulta un tema más de la mente y de actitud vital que de maquillaje, botox o bisturí.
Una reflexión que podría sonar banal, pero que en el caso colombiano tiene una directa relación con aquello que es ya una tradición bicentenaria: la dificultad, cuando no imposibilidad de aceptarnos como somos, como país, como sociedad, como cultura, con lo bueno, lo malo y lo feo; incapacidad de mirarnos al espejo, hacia nosotros mismos. Sin arribismo ni pretensión, con naturalidad, lo que haría de Colombia un país mucho más sólido y serio, y la vida más fácil y grata para todos.
Addendum: Por qué no se callan, es la máxima que debían aplicarse Uribe y Chávez, evocando al rey Juan Carlos en la Cumbre Iberoamericana en Santiago de Chile, y dejar de lado tanta bravuconada. Un par de vanidades enfrentadas, unos egos desbocados que poco contribuyen a la necesaria normalización de las relaciones, que piden a gritos los dos países.
