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Hagámonos pasito

María Elvira Bonilla

31 de agosto de 2008 - 05:25 p. m.

EL CONTRASTE ES INMENSO. Y DA RAbia. El extraordinario discurso de Barack Obama de aceptación de su candidatura presidencial, junto con los de los pesos pesados del Partido Demócrata —los Clinton, Al Gore, Bill Richardson—, discursos plenos de ideas y propósitos, de sentido de un país con destino histórico, contrastan con la precariedad pendenciera de nuestros dirigentes, con el Presidente de la República a la cabeza.

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Mientras a los líderes demócratas les preocupa cómo reconstruir el sueño americano, ensombrecido por la crisis que vive Norteamérica, y cómo recuperar y relegitimar su liderazgo en el mundo, a partir del respeto, el diálogo democrático, la defensa de los derechos, de la dignidad humana y no de la intimidación del terror y la arrogancia de la fuerza bruta, como sucedió con Bush, entre nosotros el Presidente y sus asesores, animados por un espíritu vengativo, con intenciones mezquinas, buscan obsesivamente silenciar las voces críticas y disidentes.

Dedican sus energías de gobernantes al esfuerzo escatológico de rebuscar cualquier cosa que les permita enlodar a sus contradictores. El mensaje final con sabor a chantaje que se desprende de estas oscuras maniobras que están en las antípodas del debate democrático que socarronamente el presidente Uribe dice promover, es siniestro: Hagámonos pasito, que todos estamos untados.

Untados porque han actuado movidos por la urgencia de lograr “resultados”, con pragmatismo en la lógica política de Maquiavelo, pero actuaciones inaceptables en la lógica de la ética pública. Comportamientos que bordean la ilegalidad, tolerados por provenir de quienes ostentan el poder, pero que serían judicializables en cabeza de “los de ruana”.

La lista de confusos señalamientos de actuaciones de gobernantes crece día a día: el presidente Uribe por supuestos vínculos con los paramilitares para liquidar la guerrilla; el ex presidente Gaviria por acuerdos con Los Pepes para enfrentar a Pablo Escobar; el senador Juan Fernando Cristo por la narcofinanciación de campañas políticas; Gustavo Petro por el ataque del M-19 al palacio de Justicia. La Casa de Nariño, por su parte, pisotea su majestad convirtiéndose en la “casa de Nari”, a donde acuden sujetos con prontuario judicial para planear una execrable intentona de fabricar casos para golpear la Corte Suprema de Justicia.

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No son hechos aislados los que se han mencionado, forman parte de una larga serie de actuaciones cuestionables de las élites sociales y políticas, en un país donde se impuso como norma de conducta que el fin justifica los medios y que el enemigo de mi enemigo es mi amigo, abriéndoles camino a acciones que benefician a individuos o intereses particulares, pero que son funestas cuando se trata de construir sociedades civilizadas y democráticas.

Aguas turbias y espesas son las que se mueven en Colombia, que cada vez nos alejan más del sueño de ser un país donde no imperen la impunidad y el cinismo, y donde, como han repetido los demócratas en su Convención, existan espacios para que todos, sin excepción, tengan un futuro digno, sin atropellarle a nadie sus derechos.

 

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