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Hubo un sueño

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María Elvira Bonilla
11 de enero de 2009 - 11:43 p. m.
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HASTA 1999, SALVO PARA LOS CAMPEsinos y colonos del pie de monte amazónico, San Vicente del Caguán era una simple referencia geográfica imposible de localizar en el mapa.

Para la dirigencia, para el establecimiento nacional, no era ni siquiera eso. Sin embargo, el interés y el entusiasmo que despertó la posibilidad de llegar a un acuerdo de paz con la guerrilla de las Farc en las conversaciones que se iniciaron en ese, hasta entonces, perdido municipio, fue de tal magnitud, que allá llegaron embajadores, banqueros, políticos, intelectuales, empresarios. De golpe, los colombianos descubrieron que había otra Colombia y otros colombianos en un inmenso y despoblado territorio que las Farc controlaban desde hacía más de 40 años.

El país conoció igualmente la cara de una guerrilla que salió del monte y del mito que la rodeaba. Descubrió que estaba compuesta por hombres y mujeres de carne y hueso, que eran muchos y que, además de hacer la guerra, sabían expresarse. Que eran un ejército con un propósito político, con una clara voluntad de poder. Conoció a sus comandantes, los escuchó. Los recién creados canales privados de TV, RCN y Caracol, estrenaron la última tecnología con las transmisiones en directo desde el lejano Caguán, presentando en vivo y en directo a Marulanda, al Mono Jojoy, a Romaña, a Joaquín Gómez.  Los periodistas literalmente nos trasladamos a vivir a San Vicente, obsesionados por la información, por primicias que nos permitieran descifrar  los comunicados oficiales de la Casa de Nariño y las extensas retahílas de la guerrilla y reportar algún avance verdadero hacia la paz. Intentábamos, inútilmente, desenmascarar las insoportables vanidades que surgían de ambos lados. Los obstáculos aparecían con la fuerza de la maleza, lo procedimental ahogando lo sustancial, al punto que el proceso paz se rompió sin que se conociera la agenda que se estaba negociando.

Pero había un sueño. Un sueño que la opinión pública acompañó pacientemente durante largos meses. Un sueño frente al cual ni el estado mayor de las Farc ni la cúpula del gobierno de Andrés Pastrana estuvieron a la altura. Los equipos negociadores del Gobierno no consiguieron superar la insistencia guerrillera en quedarse en los procedimientos para llevarla al terreno de la negociación propiamente dicha,  mientras las Farc, con un triunfalismo desbocado, abusaron hasta la saciedad del escenario del diálogo. Se perdió una oportunidad histórica, irrepetible.

El sueño se convirtió en pesadilla. Y la misma opinión pública que lo había construido, que se la había jugado en el imaginario por una negociación política para salir de una guerra interminable y degradada, lo enterró. Y votó con más fuerza que nunca, con rabia, por la guerra. Álvaro Uribe llegó a la Presidencia sobre las cenizas del Caguán, sobre el sueño ultrajado, hecho pedazos.

Después de 6 años, es mucho el territorio recuperado con la presencia, especialmente militar, del Estado. La guerrilla está  menguada que no acabada y la sociedad ya no está dispuesta a volver a dejarse doblegar por el terror y el miedo. No hay ni vencedores ni vencidos, como nunca los habrá dadas las características propias del conflicto colombiano. El próximo Presidente debe llegar despojado de ansias de venganza, que nunca es buena consejera, con  la lucidez necesaria para devolverle al país su sueño. El sueño de tener un país en paz.

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