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La mentira como estrategia política

María Elvira Bonilla

09 de mayo de 2010 - 08:56 p. m.

CON BOMBOS Y PLATILLOS JUAN Manuel Santos presentó la semana pasada la reingeniería de su campaña.

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Rodaron cabezas para abrirle espacio a la mente perversa del asesor venezolano J.J. Rendón, cuyas escabrosas habilidades para armar historias truculentas y tácticas de guerra sucia eran ya conocidas desde su paso en el inicio del Partido de la U y luego en el Ministerio de Defensa, siempre de la mano de Juan Manuel Santos. Reingenieria fundamentada en un pilar y una formula única: confundir. Con mentiras.

El candidato quiere reinventarse. Dejar de ser Juan Manuel Santos para llamarse Juan Manuel a secas. Borrar su apellido que es como borrar su pasado. Un pasado de Santos que en Colombia equivale a 80 años de poder cachaco, el poder de los círculos sociales y clubes capitalinos, los campos de golf y las mesas de póquer; el poder del viejo país, cimentado en privilegios e influencias y protector de éstos; el poder a través del dinero y medios de comunicación —El Tiempo, Intermedio Editores, Círculo de Lectores, Citytv— de nombramientos a dedo en cargos y ministerios —no importa en cual gobierno: Gaviria, Pastrana, Uribe—; poder que se alimenta y cultiva amistades que negocian con el Estado y que emplea a asesores gringos y ahora venezolanos.

Su  estrategia es simple, dejar de lado ese pasado, inconveniente y engorroso, para enfrentar a un Mockus que llega ligero de equipaje. Transformarse en un  Juan Manuel anónimo, como el Ciudadano K de Kafka, un colombiano de la calle o del campo que suda y sonríe, de sombrero vueltiao, un hombre del común que necesita identificarse con los estratos medios. Un Juan Manuel cercano y amable que dista mucho del Juan Manuel Santos de verdad, el distante y sombrío de paradas militares y helicópteros, plantado en la mitad de la selva dando partes de victoria, con camisas de impoluto lino blanco marcadas con sus iniciales JMS,  y pantalones caqui de safari, al mejor estilo del hombre Marlboro.

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Pero es la más reciente cuña radial, la que desnuda su utilización de la mentira como estrategia de campaña, a lo J.J. Rendón. Es una cuña tramposa. En su afán por ampararse bajo el ala del prestigio de Álvaro Uribe Vélez acudió a la simulación. A sabiendas de que legalmente no puede utilizarse la imagen ni la voz del Jefe del Estado en publicidad política, recurrió abiertamente a la impostura, modalidad de la mentira. Le hizo el esguince a la norma, para lo cual  aprovechó una imitación de la voz del Presidente tomada de algún programa de humor con el propósito de generar el equivoco: confundir electores incautos para hacerles creer que se trata del ansiado pero huidizo guiño presidencial, que ya no llegó.

Este es precisamente el país de las trampas y los atajos que la ciudadanía  hoy masivamente rechaza, un rechazo que ha tomado expresión política en Antanas Mockus. El país de la farsa, los engaños y las mentiras cuya traducción más cruel son los falsos positivos, frente a los que el ex ministro de Defensa Santos tiene mucho que decir pero no ha abierto la boca. El país donde los esfuerzos de una reingeniería montada sobre la impostura y el maquillaje publicitario no pueden tener cabida.

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