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"Los edificios que se hacen hoy son pura mierda"

María Elvira Bonilla

26 de octubre de 2014 - 10:00 p. m.

ESTA AFIRMACIÓN ES NADA MENOS que de Frank Ghery, uno de los mejores arquitectos vivos del momento, quien a sus 85 años acaba de recibir el Premio Príncipe de Asturias de manos del rey Felipe VI de España.

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Fue en ese contexto en el que el maestro canadiense afirmó categóricamente: “En este mundo en el que estamos viviendo, el 98% de los edificios que se hacen hoy son pura mierda, carecen de sensibilidad, sentido del diseño y respeto por la humanidad”.

Esta frase parecería dicha por Rogelio Salmona, el más grande arquitecto de Colombia, quien se murió protestando por la debacle en la que se estaban convirtiendo las ciudades modernas. Fueron muchas sus afirmaciones rabiosas como que “aquí no se entiende lo que quiere decir hacer arquitectura para la gente. Se destruyen los sitios, no hay sentido del lugar, nada se hace con un significado urbano o social, se vive en una rapiña por el espacio donde los constructores mandan e imponen las reglas. La arquitectura debe ser un acto democrático que devuelva la ciudad a la gente, a la colectividad, con espacios humanos, , y áreas verdes de uso colectivo, y no estos conglomerados sórdidos que le están dejando a la gente”.

Sí, conglomerados sórdidos como están siendo los grandes conjuntos de viviendas del programa de casas gratis que se les están entregando a los más pobres de los pobres, el cual inició el vicepresidente Germán Vargas Lleras. Todo es a la brava. Basta ver, por ejemplo, el macroproyecto San Antonio de Buenaventura, financiado con los dineros encontrados en la caleta de Chupeta. Son 600 casas de escasos 52 metros, sin diseño, encerradas, sin consideración alguna del rigor del clima y de la humedad del Pacífico, y menos aún de las costumbres de los porteños que las van a habitar. Son unas colmenas hirvientes sin ventanas, ni altura, ni un mínimo antejardín para tomar la fresca para soportar el sofocante calor. Igual sucede con las soluciones del barrio Potrerogrande en Cali, también construido para albergar la población negra llegada del Pacífico, y así se repite a lo largo de todo el país, sin mayores excepciones. El Gobierno quedó atrapado en la ecuación que se ha generalizado entre los constructores, quienes actúan con criterio eminentemente financiero: la mayor cantidad de unidades de vivienda posible en el menor y al menor precio para asegurar máxima rentabilidad.

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Se perdió la oportunidad de volver el proyecto del millón de viviendas gratis un programa transformador de hábitat urbano, con calidad y estética, amable, que llegara acompañado de sitios de encuentro, biblioteca, colegio, parque, puesto de salud. Una inversión de tales proporciones ameritaba haberla hecho bien con una arquitectura más humana, que finalmente es un factor determinante de la vida cotidiana de la gente, más aún si se tiene en cuenta que los proyectos se hacen en lotes escogidos por los alcaldes casi siempre en los extramuros, donde se vuelve imperativo construir ciudadelas completas y no simples hacinamientos en concreto.

La frase desesperada de Ghery resume el espíritu de las ciudades modernas, unos lugares ajenos donde simplemente el ser humano es el que menos cuenta.

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