VARIOS EDITORIALISTAS HAN PREsentado la elección de Obama como el ritual de cierre de la discriminación racial en los Estados Unidos. Pero el nombramiento de un hombre, ¿significa realmente la superación de décadas de discriminación?
Empecemos por reconocer lo que sí significa el triunfo de Obama: representa, sin lugar a dudas, un cambio en los criterios de selección del electorado norteamericano. La ciudadanía, con su voto, está indicando que muchos de sus prejuicios raciales empiezan a ser superados. La elección también desencadena una serie de modificaciones culturales. El ver, día tras día, a un mandatario mestizo en la Casa Blanca impartiendo órdenes y tomando decisiones es la mejor forma de desbancar estereotipos culturales que imputan a afros, nativos y mestizos una serie de carencias y defectos que supuestamente los harían ineptos para ocupar cargos de poder.
Pero el hecho de que Obama sea negro, ¿lo hace necesariamente representante de la comunidad afro de su país? Hoy gracias a la investigación realizada en torno a las elecciones de indígenas, mujeres o poblaciones LGTB, sabemos que un cuerpo en sí mismo no garantiza que se pongan en marcha procesos antidiscriminatorios. Una mujer puede ser electa pero este hecho no necesariamente indica que ella esté comprometida con una agenda que contenga políticas específicamente dirigidas a desbancar las discriminaciones que padecen aún hoy sus conciudadanas. O puede ser indígena y no necesariamente tener claros cuáles son los intereses de los grupos étnicos y qué estrategias impulsar para defenderlos mejor. En otras palabras, un cuerpo con sus características, envía señales sobre raza, sexo, generación, opción sexual, pero esas marcas corporales no son suficientes para deducir de ellas que quien las porta se sienta y sepa ser representante de los intereses de todo un grupo.
Ocurre en general lo contrario. Personas que logran hacerse elegir no obstante su color, su sexo, su opción sexual, tienden a negar que otros semejantes a ellos sean objeto de discriminación. Es el síndrome del éxito: ‘Si yo pude, otros deben poder’. Olvidan así las estadísticas que muestran cómo la discriminación no es un evento esporádico y fortuito sino un conjunto de prácticas reiteradas que se ensañan contra poblaciones específicas. Otros, por miedo a ser tildados de sesgados o amargados, prefieren gobernar a nombre de ‘un interés general’ y hacer caso omiso de aquellos estudios que señalan cómo el interés general es realmente una construcción, no de todos los intereses en abstracto, sino de unos cuantos que son priorizados, jerarquizados, seleccionados desde una concepción particular de justicia, democracia y equidad.
En muchos casos, la elección de una persona perteneciente a un grupo discriminado puede ser una de las peores trampas, pues envía la señal de que ‘todo está bien’ cuando en realidad las diferencias salariales, en educación, en oportunidades, en el trato cotidiano no han sido superadas.
Por eso la elección de Obama es apenas el comienzo de una oportunidad. Falta que él se apropie de ella y se comprometa a impulsar políticas públicas que busquen superar las desigualdades que aún padecen las poblaciones afronorteamericanas. El momento actual lo favorece, pues si algo está indicando la crisis económica es que el mercado por sí solo es incapaz de generar más equidad y certidumbre y que por tanto el Estado y sus dirigencias son las llamadas a intervenir desde una mirada comprometida con la búsqueda de un mayor bienestar, sobre todo para las poblaciones más discriminadas y más desventajadas en una sociedad.