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‘Uno piensa en la familia’

María Emma Wills

07 de febrero de 2009 - 10:00 p. m.

‘FUI A DONDE UNA SEÑORA PARA QUE me diera agua y ella se arrodilló y me decía que no la fuera a matar. Yo le dije que yo no la iba a matar. Ella me dijo que no tenía comida y yo me vine corriendo y le llevé sardinas y sal. Ella tenía unos pelaítos y ellos se me pegaban al camuflado… Yo no tengo corazón para eso. Yo me metí en eso porque yo no sabía que (los paramilitares) iban a hacer eso. Eso a mí me impresionó mucho y me puse a llorar. Yo tengo familia y uno piensa en su familia’. El indagado irrumpe en llanto.

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¿Qué hace que este hombre enlistado en un bloque paramilitar sienta repugnancia y vergüenza de una masacre que él presencia? Desde la otra orilla, ¿qué sentirán los guerrilleros que asesinaron a quemarropa a los 11 diputados del Valle por pura paranoia? ¿Cómo puede un ser humano tratar a otro ser humano con tanta vileza y tanta sevicia?

El paramilitar se acongoja porque ve en las víctimas campesinas a su propia familia, seguramente también campesina. ‘Si a ellos les hacen esto, a mi familia también podría sucederle lo mismo’. Esta capacidad de ver en lo que le sucede a un extraño reflejada la propia suerte, es parte de lo que algunos han llamado ‘la gramática de la ciudadanía’. No importa que yo no conozca personalmente a mis coterráneos. Ellos merecen el mismo trato que yo daría a mis familiares, porque así ellos sean desconocidos, ellos son mis pares. Tienen la misma valía que yo.

La capacidad de ver equivalencias entre extraños y cercanos es producto de una socialización democrática. Quizás estos procesos de conversión de individuos en ciudadanos no estaban lo suficientemente inculcados en Colombia aún antes del ciclo de guerra actual. Pero lo que sí es claro es que el conflicto armado actual, sus dinámicas y sus actores, bloquean los procesos que educan a un individuo para que ‘naturalmente’ se ponga en el lugar del otro.

Ni todos los actores armados obstaculizan esos procesos de la misma manera, ni todas las guerras son iguales. Las estrategias militares y las reglas de juego internas implantadas por los jefes para mantener la cohesión de grupo varían. Esa variación es la que justamente permite plantear responsabilidades individuales y colectivas. Los cuadros pueden apelar al terror o avanzar por otros medios. Pueden tratar con un mínimo de respeto a sus enemigos o por el contrario infringir las normas establecidas para regular la conducta de los armados.

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Por ejemplo, los once diputados fueron masacrados porque existía una orden. Los guerrilleros de ese frente se equivocaron pensando que estaban siendo rodeados por el enemigo, pero no en cuanto a seguir la orden que los comandantes les habían impartido: no dejar vivos a los secuestrados en caso de estar rodeados. Los jefes de las Farc son por tanto responsables del asesinato de esos once hombres desarmados e inermes, así ellos no hayan apretado directamente el gatillo.

De igual manera, los jefes paramilitares que diseñaron las políticas de terror para destruir a comunidades enteras, son responsables. Su infamia no es producto de actos irracionales, sino de estrategias, ordenes, técnicas, aprendizajes y herramientas. Por eso, porque el horror no es aleatorio o accidental sino estratégico, es que tanto ellos como las dirigencias guerrilleras deben responder ante las cortes y ante la opinión que puede, en lugar de excusarlos ‘porque estamos en guerra’, señalar cómo, frente a las opciones que ellos tenían, optaron por aquellas vías que más los degradaron a ellos y al conflicto en general. Sus actuaciones no son ni patrióticas ni revolucionarias, sino que deben ser juzgadas como crímenes de lesa humanidad que, en lugar de afianzar la democracia, la hacen aparecer como un sueño remoto en este país.

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