A QUIENES NO COMPARTEN ESA PEculiar afición que hipnotizará durante días a nuestros congéneres, les recomiendo encerrarse , lejos de goles, para disfrutar de la apasionante autobiografía de Madiba, El largo camino hacia la libertad.
Madiba, del nombre de su clan —sí, me refiero a Nelson Mandela— la escribió en buena parte durante sus 27 años de prisión, 18 de ellos en la isla de Robben. Sus compañeros enterraron parte del manuscrito y luego lo sacaron para guardarlo en sitio seguro en Londres, hasta su publicación en 1994.
Veintisiete años en los cuales esa entrañable personalidad se preguntaba si había valido la pena sacrificar a su familia, durante los cuales se convirtió en un símbolo este abogado que asumía su propia causa en un juicio por alta traición, a sabiendas de que lo perdería. Un ser humano que padeció los humillantes vericuetos de la más indigna situación que puede crear un sistema —el apartheid—.
Un hombre sencillo y afable, a pesar de convertirse en la encarnación de un pueblo; un hombre que encontraba en la jardinería un enorme placer, y cuya reflexión solitaria, en una celda estrecha, le permitió ahondar en la dignidad humana y cómo ésta puede depender de que le permitan a un prisionero negro tener, como los hindús o los coloured, pantalones largos y no cortos, como lo disponía un reglamento. Un estratega que partía de la base de lo poco que conoce la gente sobre cualquier situación y concluía que, para hacer la paz con un enemigo, hay que trabajar con ese enemigo, a la larga compañero. Como lo fue De Klerk, con quien compartiría el Premio Nobel.
Esa vida inseparable de la lucha estuvo llena de pequeñas batallas ganadas o perdidas. Y el camino hacia la libertad le permitió descubrir un secreto: “Después de llegar al alto de una gran colina, uno encuentra que quedan más colinas por trepar”. Hasta el descanso final, que este hombre inmortal de 92 años, de una resiliencia invencible, espera ahora con envidiable placidez.
