Arranca la campaña presidencial oficialmente este agosto con un país desesperanzado:
El gobierno que iba a resolver dos problemas, afianzar la paz y derrotar la corrupción, va fracasando en ambos frentes, desilusionando a tantos que creyeron en ese cambio.
Ha sido asesinado un precandidato presidencial de 39 años, hijo de una periodista también asesinada por el narcotráfico 34 años antes, forzándonos a preguntarnos si van a volver los peores tiempos del pasado
La polarización no deja siquiera imaginar un país donde quepamos todos.
Y el uso dañino de redes sociales no ayuda. Entre videos divertidos de gaticos, TikTok, por ejemplo, la red que más está creciendo en el país, va soltando veneno dosificado, sin control alguno, diseñado por consultores de campañas políticas especializados en profundizar el odio, como confesó uno de ellos en un congreso en 2023.
Hay dos candidatos campeones de TikTok: Vicky Dávila (674 mil seguidores), experiodista, y Daniel Quintero (334 mil fans), exalcalde de Medellín.
Quintero es la definición misma del demagogo: “orador que intenta ganar influencia mediante discursos que agiten la plebe”. Sancionado, investigado por peculado, fue responsable de deteriorar la calidad de gobierno en Medellín de manera grave, según lo han denunciado en reiteradas ocasiones líderes cívicos, culturales. No es el único en esta campaña, pero sí el más hábil.
Con tono solemne, pocos días después del atentado contra Miguel Uribe, Quintero anunció que tuvo “información confidencial de que el Clan del Golfo y un grupo de extrema derecha con vínculos internacionales busca desestabilizar al gobierno y facilitar el camino a la candidatura de Vicky Dávila”.
Ni siquiera hoy se sabe bien quién ordenó ese horrible atentado, y mucho menos se iba a conocer su objetivo. Mentiras puras. Rápido, efectista, y sin ponerse colorado, Quintero salió a usar esa tragedia para ensuciar a su popular contendora.
Precisamente, Vicky pertenece a la otra categoría de políticos atractivos en tiempos de confusión: los conspiranoicos. Con gran destreza para hablarle a la cámara, bonita, casi dulce, también, sin sonrojarse, saca lucro político del drama de Miguel Uribe. Alegó esta semana que el asesinato del precandidato y la condena en primera instancia de Álvaro Uribe son parte de un plan “para tomarse a Colombia”.
En el fallo, como lo explicó el profesor Rodrigo Uprimny, participaron muchos “jueces y magistrados independientes que, resistiendo presiones, han intentado tomar sus decisiones basados en los hechos y en el derecho”. Sobre el magnicidio, la Fiscalía aún no da con los ordenadores. Nada tiene que ver lo uno con lo otro.
Pero Vicky sabe que una buena teoría de conspiración –fabricada para hacer calzar falsamente hechos que ya pasaron – es demasiado eficaz para enganchar a una ciudadanía confundida y asustada porque le explica todo. Dijo que hay un “gran orquestador” que busca acabar con la democracia y la libertad de Colombia. No dice quién, pero indica que ya lo hicieron en Venezuela y Nicaragua, insinuando que son de izquierda. Deja por fuera cuidadosamente a El Salvador, quizás porque la destrucción de la democracia y la libertad desde la derecha le preocupa menos.
Llama a la unión “para rescatar a Colombia”, pero lo que quiere decir es unir a la mitad del país para atacar a la otra mitad que encarna ese enemigo oculto.
Candidatos como estos saben manipular la opinión en tiempos de crisis con ayuda de las tóxicas redes. Sin escrúpulos para fingir, acomodar hechos o usar desgracias, pueden subir como espuma. Son vendedores de pomada de culebra los que hacen grandes candidatos hoy, pero gobernar un país tan complicado requiere más que descaro, labia y simpatía. Ojalá la gente lo descubra pronto.