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En Estados Unidos, conquistas sociales de años se están derritiendo como una vela. Estupefacta mira la ciudadanía.
Trump, condenado por fraude antes de ser presidente, puso en pausa a la venerable Ley de Prácticas Corruptas en el Extranjero (FCPA, por su sigla en inglés) de 1977, que prohibía a sus empresas repartir sobornos para conseguir contratos en el exterior y que otrora dio ejemplo de transparencia en el mundo. Eso para darles “libertad” competitiva a sus empresas, y porque dizque se va a concentrar más en perseguir a los lavadores de dólares del narcotráfico.
No obstante, anunció la gold card para inmigrantes que traigan cinco millones de dólares a Estados Unidos. Es una green card plus, explicó, con privilegios. Consideró que incluso oligarcas rusos, algunos buenos que él conoce, podrían ser incluidos. Digo yo, un narco bien lavado y planchado quizás clasifique.
Sigue en pie aún la Ley de Prevención de la Extorsión Extranjera (FEPA) de 2024, que permite procesar en ese país a los funcionarios extranjeros que exijan o reciban coimas de empresas estadounidenses. ¿Podrá enjuiciarse al extranjero que reciba soborno, pero no a la empresa gringa que los dé?
También lidera el desmonte de las políticas DEI, que buscaban diversidad, equidad e inclusión en el Gobierno Federal para garantizarles a minorías y mujeres paga igualitaria, acceso preferencial a cargos, mentoría para el liderazgo, entre otras ayudas.
En Colombia, Gustavo Petro había protagonizado luchas por esos excluidos y por eso fue elegido. No obstante, luego del publicitado y polémico gabinete de ministros, y cerrando su tercer año de mandato, el presidente colombiano optó por un camino pragmático: más vale asegurar el poder político que empujar causas idealistas.
Sus propias ministras le reclamaron por traer al Gobierno a personas responsables de lo malo que hoy pasa en el país, como dijo la vicepresidenta y entonces ministra de la Igualdad, Francia Márquez. O por sentar en esa mesa a figuras que no son del progresismo sino todo lo contrario, como dijo Susana Muhamad, todavía ministra de Ambiente.
Petro se decidió por lo contrario. Elevó a Benedetti a ministro del Interior, echó a Márquez del Ministerio de la Igualdad, y aceptó la renuncia de Muhamad del otro ministerio. Le prendió la vela a la politiquería y, en un instante, comenzó a derretir la lucha que él había dado contra la corrupción y la equidad.
Los gringos querían una revolución que equilibrara las cargas y le diera menos al 1 % y más a los demás. Con verborrea y una campaña que proclama estar acabando a los parásitos, Trump llegó a destruirlo todo, con cuidado de engrandecer la riqueza del 1 % de los oligarcas buenos, como los llamó. Lo que le gusta es escuchar su propia voz y acumular poder.
Los colombianos querían un giro radical que redistribuyera la riqueza, desvertebrara el matrimonio corrupto crimen organizado-politiquería, les quitara los contratos y las armas. Con verborrea confusa y una campaña que proclama estar acabando a los parásitos, Petro llegó a destruirlo todo, con cuidado de no afectar los privilegios del 1 %, y darle otra oportunidad al buen politiquero, como lo llamó. Lo que disfruta es escuchar sus discursos de salvador y, ante su debilidad, intenta conseguir a cualquier costo poder para sus sucesores en la próxima elección.
En la era del populismo digital no hay izquierda ni derecha. Petro, que dice ser de izquierda, le trae millones de clientes al gran campeón de la ultraderecha en la red social X. Trump, que dice ser de derecha, desmonta la CIA y el FBI.
Los que quedamos somos ciudadanías estupefactas mientras, a nombre nuestro, los ricos se vuelven más ricos y campea la corrupción.
