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Insertar a Colombia en el mundo

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María Teresa Ronderos
12 de septiembre de 2022 - 05:30 a. m.
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Duque demostró que cuando se conducen las relaciones internacionales a punta de ideología, sin coherencia con las políticas nacionales y en contra de los intereses ciudadanos, se fracasa con estrépito. Petro tiene mucho que cambiar.

El gobierno anterior fue aplaudido por abrir la puerta a dos millones de venezolanos. No obstante, lo que aparecía como solidaridad era en realidad una pelea ideológica con Maduro. Le importaba un comino en qué condiciones vivían los venezolanos recién llegados. Los dejó a su suerte, hambrientos, cayendo en los peores barrios de las ciudades, vulnerables a las redes del crimen. Tampoco otorgó con celeridad visas de refugio a los venezolanos perseguidos y les puso trabas para permanecer aun a los que auxiliaban a sus compatriotas en exilio.

Con Cuba, la xenofobia institucional ha sido similar por otras razones también ideológicas. Era tal la obsesión de Duque con encontrarles conexiones cubanas a las disidencias armadas para justificar su falso discurso de que el Acuerdo de Paz había sido un fraude, que sus agentes fabricaron historias de espionaje cubano, como lo demostró una investigación de la revista Raya.

Los cubanos de a pie, incluso los colombianos nacidos en Cuba, pagan aún hoy los platos rotos. Este año, a los cubanos pidiendo visa en el consulado colombiano en La Habana para venir a Bogotá a cumplir su cita con el consulado de Estados Unidos, dentro del programa de reunificación familiar, les demoraban tanto la visa, que muchos perdieron la cita. Nuestra Cancillería, más papista que el mismo Biden. Escuché la semana pasada testimonios de colombianos nacidos en Cuba que están renovando su pasaporte colombiano por segunda o tercera vez y para iniciar su trámite les exigen los certificados de nacimiento de los padres, tratándolos como extranjeros.

Según la Cancillería, ya están revisando esas políticas de visas. De seguir con ajustes concretos como este, Leyva y equipo conseguirían un gran cambio que reverse la cultura xenófoba en la atención al público y brinde una acogida digna a los migrantes. No se pueden dejar las mismas prácticas equivocadas, solo que vestidas del discurso político contrario.

La política exterior debe ser coherente con la interior. Es decir, si el Gobierno quiere que Colombia sea una “potencia de la vida”, debe ser solidario con los nicaragüenses. Según la ONU, fuerzas oficiales de ese país han cerrado 700 organizaciones civiles, han hostigado a defensores de derechos humanos, han encarcelado a opositores y críticos, y han forzado a miles al exilio.

Con la apertura de relaciones diplomáticas con Venezuela, el Gobierno Petro propone una política exterior que defiende los intereses colombianos, la prioridad de cualquier política exterior. Solo abriendo se puede ser puente para encontrarle salidas a un régimen sin legitimidad, que nos afecta de múltiples maneras, y convertirse así en una fuerza de reconstrucción que empuje el crecimiento de empresas colombianas y el empleo para colombianos y venezolanos. Pero eso no se logra si en la práctica todo se reduce a servirles en bandeja a los amigos una tajada de los millonarios negocios turbios de los funcionarios del Gobierno venezolano.

Tampoco se puede insertar a Colombia en el mundo como líder ambiental si en casa se encarga la negociación con las mineras a miembros del Pacto Histórico connotados por gustarles más la plata que el ideal.

Cada paso en falso hiere la credibilidad e impide posicionar a Colombia donde el Gobierno quiere. Está a tiempo Petro de enderezar la mala herencia del gobierno anterior y asegurar que la suya sirva de veras a los ciudadanos y no se convierta solo en un discurso de signo ideológico opuesto, pero con los mismos pies de barro.

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