Hoy la cizaña y la mentira son armas devastadoras de la política.
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A la periodista Laura Ardila —autora del libro La costa nostra, que Planeta se asustó de publicar a último minuto y ahora edita Rey Naranjo— las redes sociales la han metido en días pasados en un torbellino de insultos y bajezas. Ella ha denunciado la concentración de poder de varios clanes en la costa Caribe, incluidos los Char en Barranquilla y sus contratistas favoritos: los Daes, de pasado turbio y presente disfraz empresarial.
Una reveladora nota de ColombiaCheck, La Liga contra el Silencio y RedCheq destapó quiénes están detrás de la campaña sucia contra la periodista. Trucaron fotos para untarla con políticos indeseables, inventaron que ella era marioneta de un partido y otras mentiras. Lo hicieron desde cuentas de personas conectadas con el charismo, como contratistas de Barranquilla, los propios candidatos charistas, juventudes alineadas, empleados, exempleados y relacionistas de las empresas de los Daes y demás. Fueron 144 cuentas —242 trinos en una semana— dedicadas a desprestigiarla, dándose “me gusta” entre ellas, replicando los contenidos falsos en orquesta.
Es decir, el poder charista le puso la bota encima a una periodista que rompió la omertà (como llama la mafia a la ley del silencio) que se ha impuesto en esa ciudad. ¡Y después preguntan por qué tituló su libro La costa nostra!
Estos ataques que rodaron en varias redes fueron compartidos —y quizás creídos— por cientos de miles de personas incautas. ¿No se dan cuenta de que ponen en riesgo a una persona que solo cumple con su oficio? ¿Quién atajará los abusos de un gobernante, si este consigue poner en duda las denuncias del periodismo sólido y ético, más cuando la justicia anda tan cooptada y abrumada?
Ninguna mentira de este calibre es casual. Como lo demostramos en la reciente investigación “Mercenarios digitales”, realizada por una alianza de 25 medios y organizaciones especializadas junto con el CLIP, en América Latina hay múltiples firmas de comunicación política creando campañas similares. También hay gobiernos, como el de Bolivia, que ponen a sus empleados a simular hinchadas en las redes, o como el de Nicaragua, que los ponen a atacar a quienes denuncian al régimen, los dos muy à la Char.
Algunos consultores fabrican para sus clientes, sean políticos o gobiernos, de derecha o de izquierda, perfiles falsos de redes para que finjan odio o pasión y polaricen. Otros más crean medios que vomitan mentiras por libreto. La mayoría son poco transparentes, no pagan sus impuestos, esconden sus huellas tras varias empresas, dan direcciones falsas o cuentan con orgullo que engañan para ganar.
Con la potencia manipuladora que les da el internet, a muchos mercaderes políticos y comunicadores de gobiernos se les perdió la brújula ética. Cómo venden caro su oficio, aseguran que es sofisticado. No lo es. Destruir reputaciones en las redes es relativamente fácil. Meter cizaña no cuesta nada. Cuanto más extravagantes sean los mensajes, más circularán porque se apalancan en los algoritmos de las redes que premian la intensidad emocional. Las redes se prestan para manipular miedos.
Por ahora en Colombia y en casi toda la región no hay límites legales claros a lo que la política puede hacer en los espacios digitales. En el caso de Ardila, porque atentan contra su integridad física y psicológica y contra la libertad de prensa, la justicia o las plataformas sí podrían ordenar el cierre de las cuentas responsables hasta después de elecciones. Y usted puede contribuir: no comparta nada que no le conste y descrea de la autenticidad de cualquier campaña cizañera y cruel, articulada para defender a políticos poderosos. Siempre hay negocio para mucha gente detrás.