Mientras el régimen de Donald Trump convierte a las instituciones estadounidenses más respetadas en peones sacrificables de su ajedrez de venganzas y favorecimientos a los ultrarricos, y mete así al país en una peligrosa senda de confrontación civil interna, aquí en Colombia seguimos intentando sanar heridas viejas que nos dejó una guerra ciega y sinsentido.
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El libro Bojayá, relato del sacerdote que sobrevivió la masacre, lanzado hace poco en la Filbo, en el que el padre Antún Ramos narra la tragedia que vivieron él y sus feligreses de la pequeña población chocoana sobre el río Atrato el 2 de mayo de 2002, retrata de cuerpo entero esa estupidez colectiva en la que nos embarcaron nuestros dirigentes.
Ese día, para los que ya olvidaron, más de 500 personas se refugiaron en la iglesia, guareciéndose de una batalla entre paramilitares y guerrilleros. Pero unos la usaron de parapeto y los otros lanzaron explosivos. A nadie le importó que familias enteras con cien niños estuvieran en el medio. Al final, un cohete lanzado por las FARC estalló en pleno altar y mató a 79 personas.
Todos los colombianos deberíamos leer este libro de edición impecable de Sin Fronteras para entender hasta qué nivel de barbarie llegamos. En sus páginas, tejidas con el conmovedor relato del padre, van fotografías de los escombros de ladrillo, sangre y trapo, de los sobrevivientes, del cristo destrozado, las paredes rotas de la iglesia, destacando frases tremendas y hasta de los perpetradores pidiendo perdón a sus víctimas.
Antún cuenta que, años después, la Universidad de Antioquia lo convocó a un conversatorio público con Israel Zúñiga (Benkos Biojó) y Freddy Rendón (El Alemán). Eran comandantes de FARC y AUC cuando sucedió la masacre. Conversaron sobre “la inutilidad absoluta de la guerra y que los habían convencido de que el otro era el malo, de que los malos estaban del otro lado, y que había que exterminarlos como fuera y cómo eso era falso”.
La paz fue efímera. Apenas duró tres años después de la firma del Acuerdo de 2016. El propio Antún explica por qué. El Ejército llegó al cuarto día a manipular la tragedia para justificar su guerra. El Gobierno nuevo a los cuatro meses vino a sacarse fotos y a avisarles que construiría un nuevo pueblo, sin consultar con nadie. Llegaron las ONG por decenas con soluciones que ninguno había pedido.
Nunca escucharon a los sobrevivientes, ni intentaron entender su dolor. Tampoco llegaron los fiscales, ni los jueces, ni una policía que estuviera de su lado. Cinco gobiernos han pasado y la gente sigue igual de pobre, sin servicios, sin una representación política que les haga justicia, después de tanto sufrimiento.
En ese vacío no fue difícil para los hombres armados volver. Intentan disfrazarse de políticos para que no se les note que son criminales, lo que los hace más brutales porque arrastran a la gente con mayor insidia. Reclutarán a sus niños y los usarán para controlar los negocios: la minería ilegal que envenena los ríos, la eterna coca, las armas.
El padre Antún escribió su libro en Tutunendo, Chocó. Veintitrés años después, en 2025, atiende nuevos desplazamientos, secuestros, horrores cocinados en la indolencia de unos dirigentes que ni siquiera pudieron resarcir, ni proteger a las víctimas más sufridas de todas, las de Bojayá.
Sus palabras nos sirven de antídoto contra las ofertas de múltiples candidatos presidenciales que ya asoman y que están vendiendo con orgullo mano dura y odio como solución. Son tristes imitadores del gobernante estadounidense, y cómo él, cargan de odio fresco a los ciudadanos para llegar al poder a llenar sus bolsillos.
