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“¡Que preparen Guantánamo para recibir 30 mil alienígenas criminales!”, ordenó Trump, pintando así de cuerpo entero la estrategia antiinmigrantes que le diseñó Stephen Miller. No es una política para obtener resultados. Es un espectáculo macabro para que los pobres del mundo escarmienten su delito de ser pobres; o los perseguidos, de serlo. Es un truco fácil: mostrarse omnipotente frente a los desesperados. Es también un despliegue de racismo.
Demasiados políticos han exagerado el “problema” de la migración para ganar adeptos. Trump no está innovando. Cultivar el terror “al otro” con argumentos como que les quitará el trabajo, les cambiará la cultura, les robará recursos públicos o, incluso, que oscurecerá el blancor sajón con su piel parda, eleva a los xenófobos como salvadores. Por eso Trump construye este enemigo.
El gobierno Biden había conseguido bajar las capturas de migrantes en la frontera sur de Estados Unidos a menos de 50 mil al mes, una cifra menor que la del final del gobierno Trump. ¿Qué hizo? Creó la aplicación CBP para solicitar cita en la frontera sin riesgo. Casi un millón de personas consiguieron así ser escuchados por las autoridades de Estados Unidos en su búsqueda de refugio. Otorgó visas humanitarias temporales a más de medio millón de ciudadanos de Cuba, Haití, Nicaragua y Venezuela que tuvieran pasaportes y patrocinio dentro de Estados Unidos. Instauró, además, oficinas en varias ciudades latinoamericanas, incluida Bogotá, para procesar a migrantes y convencerlos de buscar alternativas antes que intentar cruzar la frontera. Por último, renovó con brío el plan nacional contra el tráfico humano, con acciones en todos los frentes. El gobierno demócrata, no obstante, cedió a la presión popular y en junio de 2024 prohibió aceptar como refugiados a personas que cruzaran sus fronteras, violando sus propias normas de asilo. Aunque con poco aspaviento, marcó un récord de 271 mil deportados en 2024, más de 700 personas al día en promedio.
Trump, en cambio, llegó a hacer mucho ruido. En una semana dejó colgados a unos 30 mil que ya tenían cita en la frontera a través de la aplicación CPB y a los más de 270 mil que esperaban obtenerla. Cerró el programa de visas humanitarias temporales. Cortó la financiación para apoyo legal a migrantes y clausuró las oficinas para filtrar solicitudes. Y siguió deportando, solo que ahora haciendo gran alharaca y sumándole saña al procedimiento. No contento con aplastar las esperanzas de miles, los insulta y los envía en aviones militares maniatados con cadenas de pies y manos.
¿Qué va a pasar ahora? ¿Habrá menos migrantes golpeando las puertas en la frontera? No lo creo. Millares de hombres y mujeres seguirán intentando entrar a Estados Unidos de manera clandestina porque les han cerrado en la cara la pequeña puerta legal que tenían. Más van a morir en las selvas del Darién y los desiertos de Arizona. Más van a sufrir embutidos en tráileres como mercancías. ¡Un deleite para el nuevo emperador, como en circo de cristianos contra leones!
Menos visibles serán los millones de dólares que ganarán los amigos de Trump con los nuevos contratos para construir el muro, cuadruplicar las instalaciones para los capturados de ICE en las calles o comprar armas disuasivas. También, silencioso y tras bambalinas será el paso de millones de dólares de ahorros de los migrantes a manos de traficantes y coyotes que ahora cobrarán más caros sus servicios.
Al nuevo gobierno no le importa. Lo suyo es hacer grandes a los ricos de América y, mientras tanto, hacer creer a la gente que el escándalo es cambio y la crueldad es prueba de poderío.
