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¡Ojo con el trumpismo!

María Teresa Ronderos

24 de octubre de 2021 - 11:59 p. m.

Se termina un gobierno, versión criolla y un poco zanahoria del trumpismo, por suerte impopular.

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El trumpismo es aquel fenómeno contemporáneo que se infla por el hartazgo de muchos con una democracia que no los incluye y un capitalismo que no los beneficia. Convierte ese descontento y el miedo al futuro incierto en odio, pues sabe contratar a maestros manipuladores de las redes digitales.

Así, ha conseguido en varios países el milagro de que los de abajo elijan gobiernos al servicio exclusivo de los ultrarricos. Conduce a las mayorías del tuit inocente a las páginas de mentiras y teorías conspiratorias, una trampa de donde saldrán demasiado tarde. Y cuando intenten protestar, les esperan la difamación y la represión.

Es oportunista. Apenas identifica pastores particularmente interesados en el poder y la fortuna terrenales comandando votantes, el trumpismo otrora disipado e infiel se tira al piso a rezar alabados. Le importa un bledo la verdad. El cinismo es su moneda.

Se siente por encima de la ley y no ve corrupción en compartir las mieles del poder con sus amigos, así sea a cambio de la destrucción de la institucionalidad. Su ideología es el margen de ganancia. Sus compinches de negocios son por definición héroes de la patria.

Entre los seguidores del trumpismo más obvios están Trump y Bolsonaro. Más recientemente está Bukele, el salvadoreño cuyo régimen la semana pasada prohibió las protestas en su contra. Pero también están Maduro en Venezuela y Ortega en Nicaragua, que se proclaman opuestos pero están hechos del mismo metal: una aleación de desvergüenza, alma dictatorial e impúdica ambición de riqueza.

Como Trump, nuestro Iván les ha hecho el juego a clérigos que disfrazan su vocación de negociantes de teologías de “la prosperidad”. También quiso abrirles las puertas de la felicidad a los extremadamente ricos, con sus reformas tributarias.

Bajo Trump, Estados Unidos tuvo a su George Floyd, asfixiado por una implacable rodilla policial, y aquí, bajo el gobierno Duque, nuestro Javier Ordóñez fue herido de muerte con descargas de taser de unos agentes del orden, aupados por el discurso autoritario de sus jefes.

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Cuando salió de su cargo Scott Pruitt, el director de la Agencia de Protección Ambiental estadounidense (EPA, por sus siglas en inglés), por múltiples denuncias de gastos excesivos y amistad cercana con lobistas, Trump dijo que había hecho un “trabajo sobresaliente”. Y aquí, el presidente defendió a Karen Abudinen por su “pulcritud”, aun después de haber entregado el más abultado contrato de su cartera a firmas que ya habían incumplido.

Allá pusieron a su hombre de confianza Bill Barr al frente del Departamento de Justicia. Y aquí, Duque y sus aliados pusieron a Barbosa, personaje similar, en la Fiscalía.

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Duque no es beligerante como Trump y, por fortuna, algo le quedó de su crianza entre hogar colombiano clásico y diplomacia de organismo multilateral. Intentó mantenerle puesto el sacoleva al orangután declarando su respeto por la libertad de prensa, las decisiones de la justicia y otras expresiones democráticas.

El trumpismo y su bolsa de trucos no hicieron popular a Duque. A pesar de ello, veo candidatos de derecha e izquierda coqueteando con esta modalidad política en boga. Basta ver los discursos del Centro Democrático y las recientes alianzas de Petro, para oler la ideología de sacar utilidad de corto vuelo.

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El momento que pasamos es delicado. El manejo oficial de la pandemia llevó la desigualdad y la rabia a los extremos y siguió concentrando la riqueza. Las víctimas crecen. Entonces la tentación de sucumbir al trumpismo es grande, porque se disfraza de salvador eficaz. Pero ahora es cuando más necesitamos de la receta contraria: verdad, pudor y autenticidad en la política.

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