Hasta fin de mayo, el Comité para la Protección de Periodistas (CPJ) documentó que 107 periodistas habían caído en la guerra de Gaza —102 de ellos palestinos, tres libaneses y dos israelíes— presumiblemente por hacer su oficio. Al fotógrafo Mahmoud Jujouh y al camarógrafo Bahaa Okasha los mataron con un bombazo aéreo a sus casas, con esposas e hijos.
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También reporta el CPJ que en 2023 Israel entró en la lista de los mayores encarceladores de periodistas del mundo. El principal es China, con 44 reporteros tras las rejas. Le siguen Birmania (43), Bielorrusia (28), Vietnam (19), Irán e Israel, estos últimos dos con 17 presos cada uno. El año pasado fue el segundo peor en tres décadas, con 320 periodistas tras las rejas. En la cárcel muchos son torturados, les niegan luz y comida. “Es un barómetro preocupante del arraigo del autoritarismo en el mundo y la hostilidad con la que muchos gobiernos pretenden asfixiar voces independientes”, dice el reporte del CPJ.
En nuestro continente sobra esa determinación rabiosa de los dictadores para acallar críticos. A Carlos Fernando Chamorro, colega nicaragüense —premiado por su defensa de la libertad la semana pasada—, el régimen de Ortega lo forzó al exilio junto a decenas de periodistas, le quitó sus derechos políticos a perpetuidad, lo borró del registro civil, le confiscó sus bienes personales y su pensión.
A los reporteros venezolanos del medio Armando.info el régimen de Nicolás Maduro los ha perseguido por una década y pone a sus troles y opinadores a atacarlos en cada oportunidad. Muchas otras voces independientes en Venezuela sufren un acoso similar.
¿Por qué gobernantes que tienen ejércitos, jueces de bolsillo, control sobre la información y el fisco son tan frágiles frente a una voz crítica? ¿Por qué China, a pesar de su monumental y férreo sistema de control social y político, les teme a pequeñas voces, como la del bloguero Ruan Xiaohuan, condenado a siete años de prisión por “incitar la subversión al poder del Estado”, cuando apenas publicaba traducciones de artículos extranjeros?
Un video o una fotografía incómoda no va a hacer retroceder a las fuerzas armadas israelíes, ¿entonces por qué la saña con los periodistas palestinos? ¿Por qué el ultradictador Putin forzó al exilio a tantos periodistas y activistas y, no contento con eso, ordena arrestarlos en el exterior?
“Es personal; el ego de estos hombres de poder es infinito y no pueden tolerar que sus súbditos no piensen como ellos o, al menos, no pretendan hacerlo”, me dijo al respecto un periodista iraní en exilio. Para una activista de derechos humanos es algo irracional: “Saben racionalmente que no van a caer porque alguien los critique, pero aun así viven muertos de miedo de perder el poder”.
Sienten que su legitimidad es frágil, dijo un escritor que entrevisté. Netanyahu sabe que la carnicería que desató le cosechará a su pueblo un resentimiento de décadas; Ortega y Maduro son conscientes de que se sostienen solo a punta de represión y trampa, entonces se sienten vulnerables ante cualquier grieta en su espejo, por pequeña que sea. Si permitieran que alguien abriera la boca para protestar, todos los demás lo harían y su poder se desmoronaría.
Un editor afgano me dio otra razón: “La verdad es poderosa y los dictadores saben que una sola verdad verdadera vuela, crece, se hincha y después nadie la puede parar”.
Estamos en un momento triste porque pareciera que los dictadores y el autoritarismo van ganando. Pero también podemos ver estos récords terribles de 99 periodistas asesinados en un año y 320 periodistas en prisión como una señal de la profunda debilidad de estos hombres fuertes. Su falta de legitimidad es tal que el zumbido de un mosquito los pone a temblar.
