Es una verdadera tristeza que medios estadounidenses importantes le estén comprando la premisa al gobierno de Donald Trump de que matar personas en altamar a la topa tolondra es justificable o legítimo.
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Miremos lo que escribió Simón Romero, corresponsal del New York Times (quizás uno de los medios más libres y fuertes que quedan): “La campaña militar estadounidense en Latinoamérica está aumentando la presión sobre Colombia, uno de los principales nexos del narcotráfico en la región…”. Llama “campaña militar” a la matazón de 104 personas, cuyo único crimen comprobado era que navegaban por el mar y la relaciona de inmediato con el hecho de que Colombia “sea uno de los principales nexos del narcotráfico en la región”. El mensaje tácito es que la “campaña” es justa: pretende acabar con “el nexo principal del narco”.
Si Colombia bombardeara desde el aire embarcaciones pequeñas entrando a la Florida, matando a sus ocupantes, sin más información que “fuentes de inteligencia”, el NYT escribiría así: “La campaña militar colombiana en Estados Unidos, uno de los principales nexos del narcotráfico”. Evidentemente ese país es otro nexo principal del mercado de la cocaína, pues allá se compra y se consume.
Sigamos con el NYT: “Los cinco ataques del mes pasado se produjeron en el Pacífico, lo que evidencia que la campaña estadounidense se ha centrado cada vez más en Colombia, que tiene una larga costa en el Pacífico en la que, según los expertos, abundan las rutas para el contrabando de cocaína”.
De nuevo otro sutil espaldarazo a la lógica trumpista. Si dijera “los bombardeos a las lanchas, con tripulantes y oficios desconocidos, sucedieron en el Pacífico colombiano, una zona donde miles de pescadores salen a diario”, enviaría un mensaje muy diferente y también se estaría refiriendo a hechos.
Escribe: “La campaña estadounidense comenzó con ataques a embarcaciones de Venezuela, un actor menor en el tráfico mundial de drogas, mientras que Colombia es, con diferencia, el mayor productor mundial de cocaína”. El mensaje aquí ya no es ni sutil: claramente se infiere que “los ataques” estaban centrados en un actor menor, pero ahora sí se enfocan dónde debe ser: “El mayor productor de cocaína”. De tanto repetir su retórica, el gobierno consigue calarla en el periodismo.
Los aviones militares estadounidenses no están en una campaña militar ni están atacando enemigos; ni siquiera están bombardeando “al mayor productor de cocaína del mundo”. Están bombardeando gente inocente (un juez no ha probado lo contrario) que bien pueden estar haciendo un viaje de cocaína (una vuelta común entre desempleados jóvenes del Pacífico y del Caribe colombianos), o pueden estar transportando pasajeros (no hay otros medios en esas regiones, más que las lanchas), o pueden estar sacando a María Corina Machado de Venezuela, o podría estar salvando a jovencitos tumaqueños que huyen del reclutamiento forzado.
Las razones que da el gobierno de Trump para causar la muerte de 104 seres humanos —y contando— han variado tantas veces que, al menos, podemos dudar de su validez. Primero era el fentanilo, después, era la coca que iba a EE. UU. vía Trinidad, pero como las dos mentiras se cayeron por su propio peso, ahora es la supuesta enemistad personal con Petro (que tiene seguro más que ver con la resistencia del gobierno colombiano a prestarse para ser mascarón de proa de una invasión a Venezuela que con las bravuconadas del presidente colombiano).
El blanco, la justificación, la legalidad van mutando con los cambios de humor del rey, y lo dramático es que aun la prensa más independiente del mundo está cayendo sutilmente en la trampa de justificar lo injustificable y legitimar lo que es ilegítimo.
