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Muchas veces el arte es ajeno porque no sabemos qué hay detrás de él. También porque el lenguaje escrito que se transmite desde el entorno museal o desde las élites es excluyente y complejo. Las marañas de teorías y conceptos nos sirven a nosotros los historiadores, pero a los públicos amplios no. Desde la empatía cultural me interesa incluirme en estas masas para encontrar formas de sintonizar la creación y los procesos en el arte con lo que a la gente le gusta, y a la gente le gusta el chisme. La buena noticia es que el chisme puede ser una obra de arte.
La obra de Ulises Carrión (1941-1989), uno de los artistas conceptuales más importantes de México (nacionalizado en Holanda en 1972), se enfoca en explorar los códigos del lenguaje y la comunicación. Uno de sus lemas más conocidos es: “Querido lector, no lea”, como un vaticinio de los tiempos actuales, en donde tanta distracción en los medios no permite entrar en un contacto profundo con la lectura.
A lo largo de su carrera tuvo propuestas visionarias que parecerían muy actuales en cuanto a los debates de autoría en el marco de la inteligencia artificial. Dijo, por ejemplo, que el plagio debería ser un punto de partida para la creatividad, impulsando la visión de que el arte no era una propiedad privada.
También reivindicó el chisme como posibilidad de acercamiento al arte. Como obra que buscase nuevas formas de diseminación, en 1981 propuso “El proyecto chisme”: teorías sobre este como un mecanismo esencial de comunicación y espacio de colaboración, pues la eficacia del chisme dependía de un grupo de personas. Asimismo, se centró en lo errático del chisme para abordar la necesidad de redefinición del arte y ampliar constantemente sus límites. Fue un artista trasgresor que, tomando lo informal para sistematizarlo, plasmó en conferencias, diagramas y videos el seguimiento a un rumor. Fue así como convirtió lo más banal en obra.
Se siente con cada vez más peso el fenómeno de no profundizar, así que gestionar lo ligero desde el arte puede conducirnos a generar contenidos que sean livianos, pero nutritivos. El contacto con el mundo requiere un intercambio de pensamiento, pero, sobre todo, de mucha imaginación. El chisme proviene de allí. Siguiendo a Lipovetsky en La era del vacío, el arte y la cultura masiva van de la mano.
A partir de esta entrada me propongo llegar a los lectores de El Espectador con una mirada leve, pero también profunda. Mi propósito es el de generar vínculos de afecto con el arte. No será una columna de crítica. Será, más bien, un punto de vista que explorará temas diversos sobre arte, vida cotidiana, gusto y cultura visual.