El execrable asesinato del colega periodista Marcos Efraín Montalvo el fin de semana pasado en pleno centro de Tuluá puso en evidencia lo que se está viviendo y padeciendo en este municipio ubicado en el norte del Valle del Cauca.
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El execrable asesinato del colega periodista Marcos Efraín Montalvo el fin de semana pasado en pleno centro de Tuluá puso en evidencia lo que se está viviendo y padeciendo en este municipio ubicado en el norte del Valle del Cauca.
Este cojonudo profesional, con amplia, brillante y transparente trayectoria, que trabajó en los más importantes medios de prensa, radio y televisión regionales, se atrevió a decir lo que se sabía desde hace mucho tiempo y por eso lo callaron miserablemente.
Para nadie es un secreto la existencia de bandas narcoterroristas que tienen sitiada a esta ciudad, la tercera del departamento, cuyo historial de violencia data desde la década de los 50 y quedó inmortalizado en la novela Cóndores no entierran todos los días, del escritor tulueño Gustavo Álvarez Gardeazábal, que por estos días celebra los 50 años de su aparición.
Desde entonces no ha parado esa saga maldita de crímenes y ajustes de cuentas que ha ido cambiando de protagonistas, pero siempre con el común denominador de solucionar todo a punta de bala, le caiga a quien le caiga.
No en vano se incendió groseramente su Palacio de Justicia, una bellísima edificación, patrimonio arquitectónico, ante la impávida e impotente mirada de toda esa ciudad. Quemaron, entre otras cosas, cientos de prontuarios de personas sindicadas y judicializadas cuyos expedientes se volvieron humo, haciendo imposible su recuperación y, por ende, la continuidad de los procesos.
Hay pues una ley del silencio que hace muy difícil reactivar las investigaciones y más aún retomar el control del orden público y jurídico: se vive una calma chicha y se tiene en cuenta el viejo adagio: “En boca cerrada no entran moscas”. Nadie quiere hablar. Nadie vio. Nadie escuchó. Porque el que se atreva a hacerlo puede correr el infortunio del periodista Montalvo. Así se ofrezca una recompensa de $160 millones, no será posible hallar a los gatilleros y menos a los autores intelectuales de este vil asesinato.
¡Arde Tuluá! Qué tristeza ver ese estado de frustración en que se encuentra…