La Ciudad Señora, enclavada en el centro del Valle del Cauca, alberga la basílica del afamado Milagroso de Buga, templo de oración y recogimiento del catolicismo, al que acuden cerca de tres millones de fieles al año de todas las latitudes del orbe a rezar e implorar por un milagro con una fe inquebrantable. Se conocen muchos favores que sigue haciendo el Negrito, como lo llaman propios y extraños.
Su bien ganada fama existe desde hace muchas décadas, no sin razón. Son incalculables los milagros que sigue haciendo, según los testimonios de quienes acuden a esta basílica para curarse de enfermedades de todo tipo, conseguir trabajo, que vuelvan los amores de sus vidas, ganarse los balotos y las loterías, y hasta que aparezca el perro que se les extravió.
Lo anterior ha hecho que crezca geométricamente una feligresía de todos los estratos y que las peregrinaciones de otros países hayan convertido este apacible municipio en uno de los destinos turísticos religiosos más importantes del país.
Los pocos hoteles y hostales no dan abasto y, hay que decirlo, las limosnas han convertido el templo en un emporio económico para bien de la orden religiosa, que hace con esas utilidades una encomiable labor social a favor de los desposeídos.
Todo ello motivó a que en el reciente XX Congreso Internacional de Turismo Religioso Sostenible la sacrosanta Buga se ganara un honrosísimo sitio en la Red Mundial de Turismo Religioso, un selecto grupo en el que también están Fátima (Portugal), Roma (Italia), Santiago de Compostela y Caravaca de la Cruz (España), La Meca (Arabia Saudita), Varanasi (India) y La Aparecida (Brasil).
Y pensar que a pocos kilómetros —oh, cosas de la vida— está ubicada la ciudad de Tuluá, que hoy soporta una andanada de violencia urbana sin antecedentes luego de la nefasta época de los Pájaros. ¿Será que el Negrito le hace el milagro y logra que regrese la paz para los tulueños?