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La guerra espantosa que se está viviendo en el Catatumbo no es una sangrienta confrontación aislada en nuestra geografía cuyos límites se ubican en el oriente superior de nuestra patria. Es –y ojalá me equivoque– un modelo que puede copiarse en otras regiones colombianas. Lo único que se necesita es que los grupos narcoterroristas se pisen las mangueras como, por ejemplo, en el control de las rutas o la expansión de sus sembradíos para que se enciendan a plomo, habida cuenta que el gobierno no da pie con bola y estas confrontaciones se le salen de las manos, tal como está sucediendo en estos momentos.
Y bueno sería que se mataran entre las disidencias de las FARC y los elenos (allá ellos) como está acaeciendo. Pero es que en esta pelea está de por medio la población civil y la soberanía territorial que conlleva los desplazamientos que van a llegar a 30 mil campesinos que perdieron sus parcelas y ni tienen techo, ni aguapanela, ni futuro, ni nada.
Pero, como siempre, el Estado llegó tarde y ahora, a sangre y fuego, está tratando de neutralizar lo que pudo evitarse si hubiera escuchado el clamor de quienes le alertaron en torno a lo que está sucediendo.
¿Y qué tiene que ver el Cauca con esto? pues que hay un terreno abonado para que se dé una tormenta perfecta. Lo único que falta es un florero de Llorente que encienda la mecha, y he ahí otra guerra más con iguales o peores resultados.
De nada servirán las conmociones interiores y las emergencias económicas que podrían tener un soterrado ingrediente político-electoral, en las mismísimas goteras de Cali a donde irían a parar miles de desplazados, carne de cañón para una nueva confrontación social de inimaginables consecuencias.
Se les dijo. Se les advirtió y ahí sí será general el “fracaso de la Nación”.
