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OTRA DE LAS BUENAS HERENCIAS del gobierno Uribe —y que ahora lo pretenden olvidar— es la buena imagen internacional de Colombia.
Y hay dos pruebas irrebatibles: primera, el incremento de la inversión extranjera, gran jalonador de la economía y la creación de empleo; y, segunda, la preferencia por nuestro país del turismo extranjero, algo antes nunca visto.
El que Colombia esté de moda no es pues una frase de cajón ni un comentario light. Por años nuestro país, cuando no desconocido, cargó un INRI que nos hizo ser los parias de América. La guerrilla, el paramilitarismo, el narcotráfico y la corrupción fueron las cruces que cargaba a cuestas el tricolor nacional.
Si no era por las descertificaciones, era por la negativa de visa hasta para el presidente de turno. O los carros bomba. O las masacres contra humildes campesinos. O los secuestros a lo último en iglesias y restaurantes. O las voladuras. Y ni para qué sigo. Hubo un momento en que el país estuvo secuestrado hasta en los perímetros urbanos de las ciudades más populosas.
Todo lo anterior condujo a que se llegara a decir a soto voce que Colombia era un país inviable, lastre que soportamos con indignación e impotencia.
Hoy todo es distinto. Se respira un ambiente de prosperidad y a pesar de las inundaciones que nos tienen con el agua al cuello, se han apropiado recursos —que sí los había, los hay y los habrá— para hacer frente a la catástrofe.
Sin embargo, Colombia está siendo mirada con otros ojos: los ojos de los inversionistas que saben que van a la fija por la seguridad que en todo sentido ya se puede garantizar y porque pasamos de estar en la mira, a estar en la agenda de los viajeros de todo el mundo, que nos prefieren sobre otras ofertas tradicionales, superando en América a Perú, Argentina, Bolivia y México en expectativas.
La frase pues de que el riesgo de Colombia es que te quieras quedar es cierta y enaltecedora. Colombia, repito, está de moda. Y pregunto: ¿gracias a quién?
