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Antes, no había mes en que no se produjera una incursión guerrillera en nuestro querido departamento del Cauca. Después fue cada semana, y ahora es a diario. Esto cual corrobora lo que he venido denunciando hasta la saciedad, ganándome críticas por estar haciéndole mala prensa a esta región de Colombia. Piensan que el “tapen, tapen” es una fórmula eficaz para evitar cosas peores.
Pues eso no resultó y, por el contrario, agravó más las cosas y, cuando se tocó fondo, no hubo nada que hacer. Ya la delincuencia se había tomado veredas, corregimientos, municipios y hasta su capital, que hoy no se puede visitar con tranquilidad.
Y ni hablar de las tierras que están invadidas sin posibilidad de que regresen a sus legítimos propietarios a no ser que negocien la venta con el Estado, repartan hasta el 50 % de su valor y tengan algún padrinazgo político.
Cuando no es un burro-bomba, es un dron envenenado. Cuando no es la voladura de un puente, es un secuestro en la vía. Cuando no es un ataque a un pueblo por allá escondido en las montañas, es un plagio de nueve funcionarios de la gobernación que andaban en una diligencia sin un cortauñas.
De nada sirven las reacciones a posteriori, los consejos de seguridad con las cúpulas militares. De nada sirven los titulares rasgándose las vestiduras. Eso era antes. Ahora ya todo está consumado y consumido. Recuperar al Cauca es tarea imposible mientras no haya una férrea voluntad política.
¿De qué sirve una vicepresidenta oriunda de esos lares, a quien en sus propias narices le dan “chumbimba” y de la cual sus propios coterráneos se le burlan en la cara?
Y lo peor del caso es que su vecino, el Departamento del Valle, ya tiene sus barbas en remojo y, al menos en el sur de su territorio, está a punto de correr igual suerte, mientras quien debiera tomar el toro por los cachos repite la canción “yo no sé nada, yo llegué ahora mismo, si algo paso”.
El Cauca va de mal en peor y a quien me lo contradiga le reto a que, con cifras ciertas, me demuestre lo contrario.
