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HIZO BIEN EL VICE ANGELINO en patalear por el escaso incremento del salario mínimo, otra vez decidido por decreto.
Y no es que le hayan salido a flote sus otroras condiciones de sindicalista o quisiera congraciarse con las organizaciones a las que perteneció y le dieron el impulso y el aval para llegar hasta tan alta posición. No. A Angelino le tocaba y así lo entendió —o lo convino— con el presidente Santos: pasar de agache frente al ínfimo 3% habría sido casi una traición a sus orígenes y a lo que tanto defendió cuando era pobre e indocumentado.
Su actitud enhiesta, vehemente y por demás respetuosa es un oportuno llamado de atención a los empresarios, que no pueden seguir haciendo patria con incrementos de centavos como el que se propuso. Y es que incluso ese 3,4% sigue siendo exiguo y muy por debajo de lo que había pensado Santos antes del diluvio que le aguó la fiesta al golpe de opinión que seguramente estaba fraguando desde la Casa de Nariño.
Sin embargo, y al no ponerse de acuerdo Gobierno y trabajadores, alguien tenía que decir que esos “chavos” de más eran una afrenta y una burla para quienes les toca la peor parte en la economía: son los que se inundan, los que los roban, los que se quedan sin transporte, los que sufren abusos desde pecuniarios hasta sexuales, los que pagan los platos rotos y a los que les cobran hasta el alma sin piedad ni compasión.
La figura del vicepresidente tantas veces cuestionada por una supuesta falta de funciones ha cobrado vigencia en un tema tan espinoso como es ponerse al lado de los trabajadores, planteando además la necesidad de unas verdaderas y justas políticas salariales que cobijen y favorezcan no solamente a los canallamente llamados “sueldos mínimos”, sino a los empleados de mas alto coturno, sujetos a una absurda ley de la oferta vs. la demanda y en la que bien sabemos quiénes terminan perdiendo.
