Para nadie es un secreto que la gasolina es imprescindible no solo para el procesamiento que convierte la coca en cocaína, sino también para que funcionen los laboratorios escondidos en lugares inexpugnables. Allí se requieren plantas eléctricas para alimentar, entre otros, los hornos microondas que deben trabajar permanentemente.
Para decirlo de manera simple: si no hay gasolina, no hay cocaína. Por eso la denuncia hecha por Francisco Lourido, el candidato a la Gobernación del Valle, debe ser tenida en cuenta.
Sucede que las ventas de gasolina andan disparadas en los departamentos donde se procesa el alcaloide y el Gobierno no ha tomado cartas en el asunto. Las estaciones de gasolina en esos lugares se han multiplicado geométricamente, ante los ojos y oídos de quienes andan persiguiendo a los responsables de este delito.
Ejemplos hay muchos: mientras que en el Valle del Cauca (con más de 4,7 millones de habitantes) existen 473 bombas de gasolina, en Nariño (con solo 1,8 millones de almas) hay 481 estaciones y en Putumayo hay 106 estaciones y solo viven 360.000 personas.
¿Para qué tanta gasolina? ¡Blanco es, gallina lo pone!
Pero hay más: en los departamentos limítrofes con otros países, el galón de gasolina cuesta $3.000 menos que en el centro del país, debido a que existe un subsidio fronterizo, que ignoro por qué y para qué.
O sea que dicho subsidio lo asume el Gobierno y lo pagamos todos los que compramos gasolina. Es decir, que podríamos hasta ser cómplices de tan atrabiliaria medida que solo beneficia —¡y de qué manera!— a los mencionados laboratorios.
Lo anterior para no cuestionar el papel que juegan los distribuidores y expendedores, pues es imposible que no sepan a dónde va a parar la gasolina que venden, cómplices también de esta cadena que es preciso desarticular.