No podía faltar la amarga y discordante intervención de la ministra de Ambiente, de cuyo nombre no quiero ni acordarme en la semana de la Biodiversidad realizada por estos días en Cali.
Propios y extraños han ponderado el gran esfuerzo de esta región del país por las energías limpias y renovables, la protección del medio ambiente, el respeto por la flora y la fauna, las luchas contra la explotación ilegal del oro y los minerales que envenena el líquido vital y la preservación de las fuentes hídricas, entre muchas otras actividades que le han valido a la capital vallecaucana un reconocimiento mundial luego del éxito de la COP 16. Mientras tanto, la tercera ministra que ha pasado por esa cartera en este agónico gobierno se vino lanza en ristre contra la agroindustria de la caña de azúcar, que tiene su asiento principal en el Valle del Cauca.
En su trasnochada y mamerta retahíla repitió el sainete mil veces refutado de que la caña se come el agua del subsuelo, que es un monocultivo de una docena de barrigas llenas y que, mejor dicho, hay que acabar con esa actividad.
Yo llevo más de medio siglo debatiendo punto por punto todos esos reiterados ataques izquierdosos y no voy a repetir los grandes beneficios que le ha traído a nuestro departamento el cultivo de la caña, generador de casi 300 mil empleos divinamente bien pagados, con unos ingenios con total transparencia laboral y social y miles de cultivadores con pequeñas parcelas que se la sudan para producir calidad y eficiencia.
Inútil polemizar con el sartal de mentiras proferidas por una funcionaria de paso que sabe más de las miles y crecientes hectáreas cultivadas de coca que no se toma el trabajo de analizar con la agricultura vallecaucana. Esta realidad va mucho más allá de la caña de azúcar, pues hay otros cultivos que superan ampliamente las hectáreas destinadas a esos calumniados cañaduzales que en buena hora existen en estas tierras.