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El reacomodo “clientelista-oportunista” ha hecho que la pelada del cobre produzca vergüenza ajena. Cientos de lactantes del Estado se están yendo con el uno o con el otro en un desespero tal, que no les importa todo cuanto le dijeron y cómo atacaron encarnizadamente al que ahora es el santo de sus devociones.
La política, que ya no es el arte de servir a los demás sino la forma de servirse a sí mismos, hizo que un fenómeno inusitado y que nadie se esperaba tuviera esa espiral ascendente que logró derrotar a los políticos tradicionales, quienes en mala hora se sumaron al candidato perdedor y eso fue la hecatombe.
Lo que estamos viendo atónitos ahora son las filas de otrora caciques y caciquitos haciendo cola para que les reciban sus voticos, muchos o poquitos, a cambio de cualquier chanfa o tienda de mecato, creyendo —ingenuos que son— que les van a poner alfombra roja como antes sucedía.
Las cosas cambiaron y el sufragante ya no come cuento, no se deja engañar y les hace pistola con los dedos de los pies. Así que están bien equivocados y ya lo dijo el candidato: no está recibiendo adhesiones. O sea que todos los que quieran votar por el que sabemos no lo harán por nada distinto a una convicción acorde con los postulados de quien ganará las próximas elecciones sin deberle ni un peso a nadie y menos con la promesa de pagar ¿favores? con puestos y contratos, tal como debió ser desde siempre.
Claro que hay otra opción cuyos anfitriones, de la misma calaña, están ofreciendo el oro y el moro con tal de que se sumen a su causa. Y lo peor es que, aun a sabiendas de que así va a suceder, le apuestan al engaño porque no tienen de otra.
Juntos sí, pero no revueltos. Si bien no se les pueden cerrar las puertas el día de las elecciones, que quede claro que no obtendrán lo que tanto quieren, porque “esos tiempos se acabaron, matutino tino ta” (¿lo recuerdan?).
