SE ESTÁ VOLVIENDO COSTUMBRE y la costumbre se convierte en ley el bloqueo de vías como chantaje para presionar a los gobiernos, con y sin razón.
Con este embeleco andan ahora los camioneros amenazando no sólo con prohijar el desabastecimiento de víveres y otros productos perecederos, sino también taponando las entradas y salidas de puertos y ciudades.
Difícil establecer quién tiene la razón, pero muy fácil sospechar que detrás de estas exigencias es factible que se cuelen los eternos pescadores de río revuelto que pueden desdibujar, desviar y hacer pasar a mayores la protesta.
El Estado no puede arrodillarse ante las vías de hecho. No sólo perdería autoridad y respeto, sino que sentaría un pésimo precedente: el dejarse manipular por la cultura del bloqueo.
No se trata de quien gane el pulso. Es menester encontrar salidas concertadas sin que se afecte a la población civil, que siempre termina pagando el pato y los platos rotos, sobre todo los sectores populares.
Se advierte una malsana y peligrosa polarización: por una parte, un ministro que no da brazo a torcer y que declara que de su parte están rotas las conversaciones, y por otra un presidente de la Asociación de Camioneros que concita a sus afiliados y no afiliados a que se sumen al paro e inmovilicen al país.
Esperar que la figura providencial del tri-presidente Uribe saque del cubilete de mago que tanto le ha servido una solución sabia o al menos ecuánime para las partes, es casi una utopía. Muchas veces el interés nacional léase general no rima con el particular y ahí está el detalle.
En tanto, de este tire y afloje no quedará nada bueno. Lo que ganarían los camioneros será inferior a lo que terminarían perdiendo y lo que perdería el Gobierno y eso si no hay infiltrados y barbarie no lo recuperará jamás.
¿Quién entonces le pone el cascabel al gato?