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Lo que se inició en Cali a mediados de los 50 en el barrio San Antonio, en una vieja casona con un patio empedrado en la mitad, adonde acudían a botar corriente políticos, escritores, artistas y librepensadores, dio por llamarse La Tertulia.
Como sus impulsoras eran mujeres de armas tomar, allí nació el bien llamado matriarcado caleño, que desde entonces ha enarbolado las banderas de las artes, la cultura, el diálogo y la inclusión, palabra esta última tan de moda en estos tiempos.
Hubo entre ellas una mujer excepcional como lo fue Maritza Uribe de Urdinola, a quien se le ocurrió crear uno de los primeros museos de arte moderno de Colombia. Como necesitaba una sede, aprovechó que se desvió el cauce del río Cali a la altura del Charco del Burro en el añejongo barrio El Peñón, pidió ese lote y le encomendó a Manolo Lago, arquitecto recién desempacado de Italia, la construcción de lo que es hoy un referente de Cali, cuyo diseño erizó a más de uno.
Este museo, que cuenta además con salas de exhibición, un teatro, un teatrino al aire libre y una biblioteca, entre otras cosas, está rodeado de una espléndida zona verde para solaz de sus miles de visitantes, quienes pueden darse un baño de arte y cultura, por ejemplo, con la muestra de más de 2.000 obras de connotados artistas y una programación permanente de la mayor trascendencia.
Pero La Tertulia no se quedó allí y se ha volcado a los barrios populares con actividades que buscan la integración social y el diálogo entre los actores del pensamiento. Es un ambicioso proyecto al que se están sumando el Estado y la empresa privada, que apoyan estas iniciativas que fortalecen el tejido social, en un ejemplo que bien vale la pena conocer y copiar para que los museos dejen de ser letra muerta y abran sus puertas y sus ofertas a todos los ciudadanos.