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LA RONCA DE ORO, FALLECIDA EN Cali el pasado lunes, tuvo dos Alfonsos en su vida. Desde cuando estuvo casada con el penalista Hernán Isaías Ibarra y luego cuando fue esposa del médico Gonzalo Zafra, Alfonso López Michelsen fue su amigo de todos los momentos.
A pesar de su pasión por los vallenatos, el expresidente tuvo sus debilidades rancheras y qué mejor compañía que Helenita Vargas con quien recorrió en campañas medio país y fue siempre huésped de honor en casa presidencial y en tertulias políticas y musicales en las que esta arrolladora mujer descollaba con su alegría, su sentido del humor y su voz ronqueta que encantaba a las señoras y a los señores.
Al gallo López le quisieron levantar cuento con Helenita y ella optó por volverse amiga de La Niña Ceci disipando así las perversas dudas que siempre acompañan la vida íntima de las estrellas.
Como invitado especial a su casa acudía a las cantatas que se hicieron célebres por la cantidad de figuras que por allí desfilaron, entregando lo mejor de sus voces y de sus canciones.
Poco amigo de los sucesores, le dejó sin embargo uno que tomó la posta con igual veneración: el exfiscal Gómez Méndez, su segundo y último Alfonso.
Fue una relación también de amistad y mutua compañía. Era usual verlos en actos sociales y culturales cual pareja de enamorados que nunca fueron —¿o sí?— a pesar de los afectos que los unieron.
Ya enferma, Gómez Méndez fue el amigo solícito, el consejero continuo y el confidente especial que jamás falló.
Y por esta razón fue el único orador en la misa que le dijo adiós y que convocó a miles de personas de todas las pelambres que abarrotaron la iglesia y la vitorearon al salir con los compases de María de los Guardias y Mi huella.
Paradójicamente la Ronca despidió a uno de los Alfonsos y el otro la despidió a ella con el final del poema de Barba Jacob: “Era una llama al viento y el viento la apagó”.
