¿Qué estará esperando el gobierno para suspender la obligatoriedad del uso del tapabocas? Algo muy sospechoso debe estar sucediendo desde que se insiste en esta medida que ya no tiene razón de ser y tiene desesperados a los ciudadanos, que rechazan los tapabocas manga por hombro.
Se dice que son indispensables para evitar el contagio del COVID-19, aunque a estas alturas del partido resultan inocuos: el porcentaje de vacunados en Colombia y la disminución de casos dan para desistir de tal medida. Pero puede más la terquedad que la razón y la esperada suspensión se extiende mes a mes, como si se tratara de un compromiso con los fabricantes que los siguen produciendo a manos llenas, en una abierta complicidad que no tiene justificación alguna.
Cada día nos enteramos de la derogatoria de su uso en países de Latinoamérica y de Europa, donde se les dio de baja y volver a la normalidad no ha significado que aumenten los fallecidos.
Además, las nuevas cepas se pueden ya tratar como unas simples gripitas a punta de aspirinas y algunos remedios caseros, tal como viene sucediendo en muchos pueblos a lo largo de nuestra geografía.
Lo anterior no significa que portar los tapabocas en ciertos lugares y reuniones no sea una prevención que vale la pena tener en cuenta, pero insistir y persistir con este embeleco no tiene excusa valedera.
Podría iniciarse, ya, con su uso solo en lugares cerrados, ¿pero en las calles, por ejemplo, para qué?
El mejor regalo que les puede dar el Gobierno a millones de colombianos que han sido juiciosos y han acatado el tapaboquismo es reconocer —o premiar, si se quiere— a esa infinidad de compatriotas que clamamos porque nos liberen de tales bozales, que hasta nos hicieron perder nuestra propia identidad.