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El sur del país se alista para padecer una marcha indígena, otra más de las tantas y tantas que cada año se realizan en esta región del país, lo cual se ha vuelto ya una costumbre con el mismo libreto de siempre, que no es otro que protestar por la inasistencia e incumplimiento del Estado frente a sus exigencias.
Nuevamente, piden la presencia del presidente Duque, advirtiendo que no van a dialogar con ministros y menos con viceministros, que son los funcionarios que tradicionalmente envía el alto Gobierno para escuchar sus pretensiones, aplacar los ánimos y, en la medida de sus atribuciones, llegar a unos acuerdos presionados por el chantaje de las vías bloqueadas, la violencia y los enfrentamientos con la fuerza pública, que termina siendo la mala del paseo.
En esta ocasión, todo parece indicar que, si Mahoma no va a la montaña, van a continuar la marcha hasta las puertas del Palacio de Nariño y se juntarán con el paro programado para dentro de unos días, lo cual resultaría catastrófico.
Así las cosas, la presión para evitar que esto suceda llevará a un arreglo, de esos que de antemano se sabe que no se podrán cumplir y de nuevo se repetirá la historia. Por eso, con la malicia que les caracteriza, es que exigen que el primer mandatario les firme un papel como garantía de seriedad de lo pactado.
Ha dicho el expresidente Uribe, experto en lidiar con estas mingas, que su objetivo no es otro que “la toma socialista del Estado” y que “las reivindicaciones que se alegan no importan a muchos promotores que las invocan apenas como factores de convocatoria”.
Este será, pues, el plato fuerte del puente que se nos avecina y que terminará con la celebración del Día de la Raza, homenaje a Cristóbal Colón, cuyas estatuas pueden correr el riesgo de que las defenestren al estilo de lo que sucedió en Popayán con la de su fundador, porque, si a eso vamos y para ellos, Colón debió ser igual o mucho peor.
