Argelia es un pequeño municipio caucano que a duras penas figura en los mapas y del que solo se conoce cuando es objeto de atentados, como el que le tocó padecer el pasado domingo cuando un carro bomba dinamitó su Alcaldía y edificaciones vecinas. Se frustró la esperada matanza que pretendían sus autores, pues solo hubo un herido.
Su importancia radica en que este municipio es campeón en la siembra de coca en la región y asiento, además, de numerosos laboratorios para su procesamiento, que han sido imposibles de erradicar y se advierten desafiantes y crecientes.
Los argelinos viven —si a esas existencias se les puede llamar vidas— entre las distintas fuerzas narcoguerrilleras y la casi nula presencia del Estado, representada por un escaso y desmoralizado ejército que a duras penas puede cuidar su pellejo.
Todo se da por la cercanía y el acceso a la costa Pacífica, desde donde se puede exportar el alcaloide aún sin procesar. Ello deja ingresos tales que se habla de jornales diarios de $200.000 para unos campesinos que no tienen otra alternativa, porque los cultivos tradicionales no les dejan sino centavos.
La pelea a muerte es entonces para obtener el dominio de la zona y allí están las disidencias de las Farc, los elenos y la Segunda Marquetalia, entre otros, lo que se ha convertido en un verdadero infierno para los corregimientos de El Plateado, Sinaí y El Mango.
En vano, los socorridos consejos de seguridad son un canto a la bandera: se reúnen y se reúnen, sabiéndose de antemano que de nada sirven, fuera de enviar un puñado de soldados y ofrecer recompensas a las que nadie se les mide, porque quienes lo hacen están firmando su sentencia de muerte, que incluye a sus familias.
Triste y desesperanzadora realidad a la que no se le ve solución posible. Y pensar que esto sucede a escasos 40 minutos del perímetro urbano de Cali.