Mucho debió costarle a Juan Carlos Pinzón haber aceptado finalmente la Embajada de Colombia en Washington, el cargo diplomático más crucial e importante de nuestro país, porque se supone que al hacerlo desistió de una muy posible candidatura presidencial y de una casi segura candidatura a la Vicepresidencia de Colombia.
Y mucho debieron rogarle para sacarle ese esquivo sí con toda suerte de argumentos, en los que primó un sentido patrio al que Pinzón no pudo negarse. Y es que algo va de Santos —Pachito, quiero decir— a este ya veterano en la diplomacia y en conocer verdaderamente lo que piensa, quiere y espera el esquivo Tío Sam de hoy, que no se sentía muy a gusto con quien había apoyado abiertamente a Trump.
Quién mejor que Pinzón: ya ocupó el mismo cargo, fue un excelente ministro de Defensa, un aliado del proceso de paz desde las épocas de Barack Obama y amigo desde entonces de Biden, que lo reconoce como una persona en quien confiar.
Además, no nos digamos mentiras: Santos —Pachito, quiero decir—, a pesar de su buena gestión, estaba resultando incómodo en la Casa Blanca. Para Duque, su mejor carta era Pinzón, muy por encima de cualquier otro aspirante que careciera de sus relaciones y del conocimiento de quien ya sabe cómo va el agua al molino.
De su labor se espera “recomponer las relaciones con Estados Unidos y reconquistar Washington para el bien del país”, según sus propias palabras.
Aunque su antecesor asegura que todo está hecho, no ha sido posible el encuentro entre Biden y Duque, algo que no lograron los buenos oficios de Pachito y eso lo dice todo.
Por eso afirmamos que Colombia cuenta con un señor embajador, el que necesitaba nuestro país, quien deberá esperar unos años para poder volver a ser candidato a la Presidencia, si es que le sigue gustando la esquiva y traicionera política a la cual no es muy afín.