Hoy es un día definitivo para el orden público en Cali. Con ocasión de la “visita” de la minga caucana a la capital del Valle, en que protestarán por el supuesto incumplimiento del Gobierno Nacional con las promesas que les hiciera a los indígenas sureños, existe un gran nerviosismo por lo que pueda acontecer.
En caso de repetirse lo acaecido cuando, en medio del paro nacional, por poco se desata una guerra civil en una confrontación entre manifestantes y los habitantes de los barrios de Pance y Ciudad Jardín y la Fuerza Pública, a la que cogieron con los calzones abajo, estaríamos frente a una asonada violenta de impredecibles consecuencias para el clima de convivencia, la paz y la tranquilidad ciudadana.
Según aseguran las autoridades locales, se ha llegado a un acuerdo con los mingueros para que la jornada de protesta transcurra pacíficamente y sin actos de violencia, respetándoles el derecho a la movilización y a expresar libremente sus planteamientos ante el Gobierno central.
Y ¿por qué no lo hacen en sus territorios o en el departamento del Cauca? Ellos responden que allá no tendrían la resonancia que tendrían en Cali y por eso el gobierno municipal les ha otorgado la licencia para realizarla en esta ciudad, dentro de unas condiciones que han jurado acatar y respetar.
Sin embargo, se han tomado toda suerte de medidas de prevención para que no se repita lo de esa aciaga tarde en que el control de la situación se salió de madre y el caos fue total.
Pero por otra parte se ha sabido que los misaks —que no forman parte del Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC)— han anunciado su presencia iniciando sus actividades en el pedestal de la estatua del fundador de Cali, Sebastián de Belalcázar, la misma que echaron al piso esa mañana como preludio de lo que sucedió después y que no ha sido posible reinstalar en el lugar que le corresponde.
Sube pues la tensión en el día de hoy y no se sabe a ciencia cierta lo que va a suceder. Y como dicen por ahí, amanecerá y veremos, dijo el ciego…