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Muy doloroso el final de Everfit. Para quienes llegaron tarde, déjenme comentarles que se trató de la más prestigiosa marca de ropa elegante para caballeros, sobre todo de los llamados “vestidos enteros”, que fueron en su momento un hito del buen vestir.
Esta fábrica paisa, nacida en 1923, medio alcanzó a cumplir un siglo. Desde hace muchos años venía afrontando una debacle financiera tal que, en mayo pasado, reportó activos por 37 mil y pico de millones frente a unos pasivos de algo más de 31 mil millones. Esto llevó a sus directivos a solicitar su admisión al proceso de liquidación judicial, en el marco del régimen de insolvencia.
¿Y qué fue lo que le pasó? Que sus prendas no estuvieron a la altura –o, a menor, “a la bajura”– de la vestimenta cada vez más más “descachalandrada” de la mayoría de los colombianos hombres, que han confundido la llamada ropa casual con los mamarrachos que se ponen incluso para eventos de cierta elegancia.
Los zapatos sin medias, así sean Gucci, las camisetas esqueleto debajo de los sacos Boss y las desaparecidas corbatas Hermes pertenecen al pasado. Ahora mandan la parada las guayaberas variopintas bien pero bien arrugadas, así dejen ver los Rolex, y de nada importan los códigos de vestuario. ¿Acaso no vieron a nuestro presidente disfrazado de palomo en un acto en el que todos estaban de riguroso saco y corbata?
Pero Everfit no siguió el consejo de Shakespeare cuando dijo “muéstrate a la época tal como te ansía” y se quedó atrás, seguramente honrando sus principios, y no se atemperó con el querer del mercado.
Y es que el llamado, repito, saco y corbata quedó solo para los vendedores de biblias, los amigos de Tradición, Familia y Propiedad, los conductores de buses Pullman, los porteros de los edificios postineros y los enterradores de los cementerios. Los “bien trajeados” han ido desapareciendo sobre todo en los climas cálidos y hasta templados. Así que la consigna de “ponerse el Everfit” ha pasado mejor vida.
