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Llamado el San Andrés de los pobres, a Juanchaco, el corregimiento distante una hora, de Buenaventura, se lo está comiendo el mar.
Las altas mareas, producto, entre otras cosas, del calentamiento global, se han devorado pequeños hoteles y hostales, restaurantes y estaderos y casas y cabañas que antes fueron destinos turísticos muy económicos brindando la posibilidad de disfrutar del mar Pacífico sin tener que pagar los altos costos de las playas del Atlántico. Ello permitió el desarrollo de una infraestructura muy elemental partiendo del viejo muelle del bello Puerto del Mar, que significó una alternativa para cientos de miles de habitantes del Valle y otros departamentos vecinos.
Además, su cercanía con Ladrilleros, Bahía Málaga, Cabo Marzo y de ahí para arriba, se está o se estaba convirtiendo en un nuevo destino ecológico con mucho futuro.
Pero no. Juanchaco está a punto de “chupar gladiolo” sin que tenga dolientes capaces de evitar que esto siga sucediendo, porque, al paso que vamos, la actual playa va a desaparecer.
Es precisa la intervención del Estado para contener los estragos de las altas mareas, tal como se ha hecho en otras partes y se debe, por ejemplo, impulsar las nuevas construcciones con el sistema de palafitos que permite que el agua y la arena pasen por debajo de las estructuras que hoy están o estaban al nivel del mar.
Es de anotar que una gran parte de la población del Pacífico colombiano depende del turismo que registró el año pasado 180 mil visitantes.
A alcaldías, gobernación, gestión de riesgos, infraestructura, y demás entes gubernamentales que tienen que ver con esta catástrofe anunciada les corresponde la obligación de unirse para salvar –si es que aún se puede– nuestras playas en el Litoral Pacífico.
