La suerte no le ha sido esquiva al periodista francés Roméo Langlois. Eso de pasar de simple reportero —perdido en medio de la manigua tercermundista realizando la ingrata tarea de una corresponsalía de guerra— a convertirse en una celebridad, no se da todos los días.
Y es que Roméo, a pesar de una herida fácilmente tratable, no tiene más problemas en la vida y sí un porvenir promisorio en materia de figuración y dinero.
Víctima de lo que podríamos llamar un ‘secuestro convenido’, es en este momento la joya de la corona de las Farc, quienes le están dando un tratamiento espléndido: lo veremos al volver repuesto y rozagante y listo para disfrutar de las mieles de la fama.
Lo que lo espera es la panacea: reportajes, crónicas, libro, película, invitaciones, conferencias, doctorado y, claro —repito—, muchos millones de euros, porque solamente en su país el ser considerado un héroe de la democracia y/o los derechos humanos va acompañado de pingües denarios.
De la mano de Íngrid recorrerá sus mismos caminos y luego de contar las atrocidades de una guerrilla asesina que nada tuvo que ver con el atentado al exministro Londoño (como dicen los violentólogos mamertos) será un embajador de su perdida causa. Así lo convendrá o así se lo impondrán.
Mientras se urde semejante perversidad, el Estado se presta a una jugarreta más que menoscaba su dignidad, empequeñece su autoridad y socava su credibilidad como contraparte de un conflicto que no tiene fin.
A Roméo se le apareció la Virgen y ni raro sería que se tornara en interlocutor válido y plenipotenciario que además de salvado por el Ejército y la Policía se vuelva contra ellos en las primeras de cambio.
Pero tranquilos: a Roméo no lo tocarán y al contrario lo cobijarán con los himnos marciales de la gloria y con las banderas del país galo que en su seno amamantará el papayazo de haber sido secuestrado y liberado por las Farc.
La suerte no le ha sido esquiva al periodista francés Roméo Langlois. Eso de pasar de simple reportero —perdido en medio de la manigua tercermundista realizando la ingrata tarea de una corresponsalía de guerra— a convertirse en una celebridad, no se da todos los días.
Y es que Roméo, a pesar de una herida fácilmente tratable, no tiene más problemas en la vida y sí un porvenir promisorio en materia de figuración y dinero.
Víctima de lo que podríamos llamar un ‘secuestro convenido’, es en este momento la joya de la corona de las Farc, quienes le están dando un tratamiento espléndido: lo veremos al volver repuesto y rozagante y listo para disfrutar de las mieles de la fama.
Lo que lo espera es la panacea: reportajes, crónicas, libro, película, invitaciones, conferencias, doctorado y, claro —repito—, muchos millones de euros, porque solamente en su país el ser considerado un héroe de la democracia y/o los derechos humanos va acompañado de pingües denarios.
De la mano de Íngrid recorrerá sus mismos caminos y luego de contar las atrocidades de una guerrilla asesina que nada tuvo que ver con el atentado al exministro Londoño (como dicen los violentólogos mamertos) será un embajador de su perdida causa. Así lo convendrá o así se lo impondrán.
Mientras se urde semejante perversidad, el Estado se presta a una jugarreta más que menoscaba su dignidad, empequeñece su autoridad y socava su credibilidad como contraparte de un conflicto que no tiene fin.
A Roméo se le apareció la Virgen y ni raro sería que se tornara en interlocutor válido y plenipotenciario que además de salvado por el Ejército y la Policía se vuelva contra ellos en las primeras de cambio.
Pero tranquilos: a Roméo no lo tocarán y al contrario lo cobijarán con los himnos marciales de la gloria y con las banderas del país galo que en su seno amamantará el papayazo de haber sido secuestrado y liberado por las Farc.