El principal puerto de Colombia en lo que a ingresos se refiere es, sin duda, Buenaventura, donde conviven en un exótico amacise la riqueza y la pobreza, el bien y el mal, la paz y la violencia, los letrados y los analfabetos, los honrados y los corruptos, mi Diosito y Satanás.
Pero ante todo cohabitan el desempleo con el mismísimo desempleo, el hambre con el hambre y la miseria con la miseria. En esas llevamos años y más años, sobreviviendo a este drama que parece no tener solución. Sin embargo, hay unos factores totalmente imparables a punto de estallar y cuando así suceda ojalá ya no sea tarde: el desespero, el desasosiego, el no futuro y la desesperanza.
Una gran cantidad de sus habitantes rondan por las calles haciendo nada, buscando en el rebusque un mendrugo de pan para llevar a sus cambuches, y otros pocos, menos mal, cuando no están dedicados al vicio y al raponeo, se le miden a lo que sea —tráfico y comercialización de narcóticos— para no morir en el intento, como suelen decir.
Claro que hay también un grupo grande, menos mal, de emprendedores y camelladores que tratan de sacar la cara por su bello puerto del mar, no dan su brazo a torcer y le ponen el pecho a la brisa de manera ejemplar.
Pero estos quijotes cada vez son menos y todos lo saben, aunque no lo dicen, porque la problemática crece geométricamente, siendo lo más dramático un desempleo que ya ronda el 30 % y la noche que llega.
Así que antes de cualquier solución que pueda plantearse se debe priorizar aquella que conlleve una inmediata generación de puestos de trabajo, en la que participen los gobiernos local, departamental y nacional, la empresa privada y las entidades que se lucran con la actividad portuaria.
Si no es así, nunca este puerto tendrá una buena ventura y se consumirá en las llamas de su propia desgracia.