Debería el gobierno, por decreto, obligar a toda la población a vacunarse, como sabiamente se ha ordenado en otros países. O al menos, exigir el certificado de vacunación para ingresar a todo lugar público, sin distingo alguno, para así forzar a quienes rechazan la vacuna con argumentos superfluos y baladíes.
¿Hasta cuándo entenderán que esto no es un juego de azar ni una ruleta rusa? Es una pandemia incontrolable, con la última cepa se está disparando el contagio geométricamente y es letal para quienes no se han aplicado las dosis requeridas.
El cuentico ese de que se trata de una gripe cualquiera, que se cura a punta de acetaminofén, no es cierto; exige para los infectados aislamiento total y consulta con médicos especialistas.
Pero el problema es más grande: con la velocidad de contagio de ómicron pueden caer personas mayores con diabetes, obesidad, presión alta y otras comorbilidades. Es inminente el riesgo de una mayor afectación.
Creo que Colombia ha manejado esta desgracia de manera seria y eficiente, y no se puede bajar la guardia en estas circunstancias, máxime cuando se han abierto lugares de alta congestión y hay un relajamiento general, porque “lo peor ya pasó”.
El COVID-19 —como en la canción de Pedro Navaja— te da sorpresas y no se sabe dónde ni cuándo va a aparecer otra maldita cepa cobrando más y más vidas humanas. Lo único que puede prevenir o evitar la enfermedad grave y la muerte en un altísimo porcentaje son las vacunas, sin descuidar los insoportables pero necesarios tapabocas, el lavado de manos, el distanciamiento social y omitir los lugares cerrados.
No es justo entonces que por el capricho infundado de unos suicidas, que son libres de hacer de su capa un sayo, perjudiquen a quienes han tomado las precauciones indicadas y necesarias.
Y que esas personas, esos disidentes, se olviden de su inmunidad, porque sin vacunas no hay paraíso, ni aquí ni en Cafarnaúm.