Una de las tres veces en que he asistido a un partido en El Campín de Bogotá fue el 29 de agosto de 1971, en una de las ocasiones en que jugaba aquí Edson Arantes do Nascimento. Yo era el jefe de la oficina de Telecom en el sector de San Diego, dentro de las instalaciones del hotel Tequendama, cerca de la entrada por la carrera 13. Es preciso señalar lo de mis actividades para recordar la importancia de una empresa que –sin que el país haya entendido todavía el desastre– fue acabada por Uribe Vélez en un acto antipatriótico, claro atentado contra el patrimonio público, símbolo de soberanía y con muy buenos ingresos para el Estado.
Hasta este punto de la empresa llegó un periodista Guzmán que venía con el Santos, el equipo de Pelé, y resultamos conversando sobre el partido del domingo en la capital y en cierto momento le pregunté por el astro brasileño. El periodista, amablemente, me dijo que quería presentármelo y nos fuimos hasta el cuarto ocupado por el 10 eterno, y allí nos sentamos para darle rienda suelta a la parla que sostuvimos por un buen rato con esta figura mundial que ha muerto a sus 82 años.
Según su criterio, era de la mayor trascendencia el papel de Telecom en el mundo. En fin, Pelé tenía claras algunas cosas de la sociedad, que mencionó con gran sensibilidad. Le conté de mis afectos de siempre por su etnia, con uno que otro detalle y anécdotas, y lo tomó con muy buen tono.
El célebre jugador se refirió elogiosamente a Colombia al hablar de nuestras mutuas bellezas naturales y del rol de la Amazonia en el destino común de los dos países. Hablamos de otros muchos temas, incluidos el respeto por los demás en la actividad futbolística, la cotidianidad de la vida, el hallazgo de su propio destino personal en las canchas deportivas y el valor de la existencia.
Antes de salir, me dijo que yo era su invitado para ir al estadio el domingo siguiente. Encantado, acepté y quedamos en que lo esperaría frente al ascensor del costado oriental. Allí estuve pendiente, a la hora que Pelé me señaló, y me pareció una muestra de su talante sencillo que yo no tuviera que abordarlo y quizá recordarle su ofrecimiento. El crac salió como buscándome, y al identificarme y llamarme por mi nombre, nos dirigimos de inmediato al bus que nos llevaría hasta el Nemesio Camacho con todos los jugadores del equipo.
Edson me hizo subir adelante de él y nos sentamos juntos para recorrer el trayecto. A punto de salir, por la ventanilla, sus admiradores le solicitaban autógrafos que él trazaba con una perfecta P. No lo hice en su cuarto del hotel pero en este momento también quise tener un registro de su nombre. En el respaldo de una fotografía que conservo con un veterano amigo, lo único que tenía a la mano, me escribió: “Do amigo, Edson Pelé”.
Deduzco que en aquellos días no eran tan estrictas las medidas relativas a los espacios del estadio, ya que permanecí sin problemas con los de la banca del Santos, para luego regresar en el mismo bus hasta el Tequendama, donde nos despedimos con mi anfitrión, quedando yo convencido de haber conocido a un buen tipo, como quisiéramos que fueran otros personajes, a veces demasiado sobrados.
Tris más. Desde aquel día, estás grabado en mis más amables recuerdos, querido Edson. “Do amigo, Mario”.
*Sociólogo Universidad Nacional.