Nos han parecido muy importantes las declaraciones de la presidenta manita Claudia Sheinbaum poco después de posesionarse, relativas a la esencia del pensamiento de izquierda en política y la esencia de lo religioso en la vida social. En la discusión sobre lo sustancial del primer elemento, se debe enfatizar en que el deber ser de tal tendencia es su preocupación por el bienestar general, en especial por las reivindicaciones de las clases marginadas, en busca del desarrollo social y no simplemente del desarrollo económico.
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En cuanto a la religión, recordemos que el Estado mexicano es laico, según su Constitución, luego tal pensamiento es un asunto de carácter privado y personal. Agregaríamos que, para efectos del ejercicio del poder, los objetivos que comentamos nada tienen que ver con las creencias religiosas, cosa que en los países débiles cultural y políticamente se explota para descalificar, en muchos casos, el librepensamiento o, con más claridad, el ateísmo. Ello nos conduce a que tal cuestionamiento, por parte de los tradicionalistas en política, se utilice para neutralizar las posibilidades de las ideologías populares que pongan en riesgo el agresivo poder neoliberal.
A la luz de esas formas de manipulación, a quien no encaja con una imagen de practicante religioso se le muestra como indeseable, nocivo para la moral pública, como si la moral vigente de tantos mandatarios “religiosos” no fuera una clara contradicción entre práctica y prédica. Esto nos lleva a mirar críticamente el comportamiento concreto de mucha gente que se define como de izquierda. No siempre vemos que los políticos o activistas de esta corriente sean ejemplares, y es evidente que mostrarse como vocero o ejemplo de lo primero implica estar fuera de la corrupción y sí en la línea de defender los principios éticos, elementos inherentes al respeto por lo que se pregona. Si no es así; si se aprovecha la ocasión de participar para lucrarse o robar, se niega ser realmente de izquierda.
Nada más deplorable que aprovecharse de lo público y al mismo tiempo hacer alarde de un pensamiento inspirado en la justicia social. ¿Qué nos quedaría para reclamar como acción benéfica en pro de las grandes mayorías si se incurre en los vicios de aquellos que siempre han asumido el poder como oportunidad para amasar fortunas o hacer negociados? Y esto lo decimos sin querer acusar a nadie de malos manejos. Lo proclamamos como una forma de reafirmar y advertir sobre la obligación de rechazar todo lo que vaya contra el hombre nuevo, de la mujer nueva. No sería ético utilizar la noción de cambio para convertirse en simples farsantes… para que todo siga igual.
Tris más. Esta clase de análisis es indispensable y útil para evitar las tentaciones malucas que ofrece el acceso a lo público, dado que la corrupción, como lo señala el presidente Petro, está incrustada en la estructura misma de las instancias oficiales, como parte de la cultura. Y, lamentablemente, la cultura no se puede acabar por decreto.
* Sociólogo Universidad Nacional.