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‘Perfecto’ de disciplina veta beso


Mario Méndez

26 de septiembre de 2024 - 12:05 a. m.

Hubiera dicho Cervantes que en un colegio del norte de Bogotá, de cuyo nombre sí se acordaba, no ha mucho tiempo que había (hay) un “perfecto” de disciplina de los de pensamiento arcaico y criterio chato ante las normales manifestaciones amorosas de los preadolescentes.

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El docente (¿y decente?) recriminó a un estudiante que se besó con una niña, su coetánea novia. Algún compañero les tomó una foto que se hizo viral en los grupos del colegio y, ante ese hecho, el profesor llamó la atención del pelao como si los chicos estuvieran comprometidos en un acto sucio. Le dijo que ese tipo de cosas se hacen donde nadie vea, y le soltó palabras y miradas morbosas. Para rematar con otra perla, una señora del cuerpo académico (sí: académico) les dijo a los integrantes del mismo curso que allí están prohibidas las relaciones amorosas, pero no indicó la forma –mediante un botón regulador, quizás– de evitar los necios y bellos ritmos del corazón.

El joven comprometido en esta situación es despierto e inteligente, sensible, de mirada limpia, y discutió el asunto con el profesor. Pensamos que el prefecto perdió una oportunidad valiosa para reunir a los alumnos y hacer un ejercicio analítico y serio sobre las hermosas travesuras de Eros en la vida humana. Así se hubiera hecho claridad acerca de las connotaciones vitales de un evento erótico que tiene los rasgos de lo constructivo, lo positivo, enfrentado a su opuesto, el Tánatos, destructivo en esencia, hasta el punto de considerársele como un elemento cuya máxima expresión es la muerte.

El profe hubiera podido entonces explicar que la fotografía registra un hecho sublime e importante de la existencia, correspondiente a la vida sexual de los humanos y que se debe asumir con naturalidad, con respeto por el “otro”, despojándolo de las malicias que a veces cargamos en un arsenal de conceptos timoratos, provenientes de la vida familiar, no siempre ajustados a una buena formación.

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Por otra parte, conviene enfatizar en que nuestras formas de ver y de sentir, lo mismo que nuestros temores o nuestras seguridades, incluyendo además el picante o la naturalidad con los cuales asumimos ciertos actos, son independientes de nuestros conocimientos, donde pueden coexistir elementos intelectuales y académicos. ¿Acaso no hay profesionales muy doctos en su campo que, al mismo tiempo, fallan en su forma de apreciar o comprender los motores de la vida?

Es oportuno recordar que la sociedad lleva consigo un heredado fardo cultural de perfiles convenientes –al tiempo con los evidentemente inconvenientes– para un sano y armónico desarrollo de la salud mental, personal y colectiva. Una buena práctica reflexiva, para desmontar lo negativo de la vida temprana –en una sociedad en ascenso y con muchas distorsiones mentales– consiste en analizar de dónde venimos: qué tipo de familia hay en nuestros orígenes, qué clase de prejuicios sobresalían en la cotidianidad de la niñez, qué pobres o buenas ideas caminaban por la casa, etcétera. Allí reposan, vivos y actuantes, muchos elementos que en nada ayudan a una vida libre de cocos y demonios, que nos impiden vivir mejor en lo personal y lo colectivo, y, como consecuencia, son un freno para el desarrollo social.

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Tris más. Un hecho preocupante, que se muestra nítido en nuestro medio social, descansa igualmente en nuestra herencia cultural y familiar: el odio. Siempre hemos tenido cierto pesar por las personas que lo sienten, pues deben sufrir mucho.

*Sociólogo Universidad Nacional.

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