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En esa peligrosa competencia, todas las casillas tienen el “todos pierden”: una disputa que están convirtiendo en un conflicto de baja intensidad y que ayudaron a escalar tanto la alocución presidencial del domingo como el incomprensible silencio de algunos medios nacionales y regionales.
El leitmotiv de los contendientes es el sesgo, que comenzó subrepticio y hoy es protagonista de las narrativas digitales. Este saltó, sin reato, a formatos de opinión y se tomó por asalto géneros de información.
Tienen razón los periodistas cuando critican generalizaciones, señalamientos y estigmatizaciones del gobierno. Tiene razón el presidente cuando reprueba relatos parcializados o ideologizados. Tienen razón ambos cuando se reclaman por ataques, insultos y descalificaciones.
No está bien sugerir que todos los periodistas son títeres de los dueños de medios. No está bien que, en la escandalosa elección de procurador, algunos medios se concentren en el candidato del gobierno y desbalanceen la percepción ciudadana de los otros, que no son precisamente santos devocionarios.
No está bien sugerir que los medios son cobardes para el debate. No está bien que algunos periodistas recurran a encuadres o fuentes de oposición sin contrapeso, en las que se repite el fatalismo del presidente gremial o de funcionarios de gobiernos pasados.
No está bien no darle crédito a la información oficial. Tampoco está bien convertir medios públicos en vehículos de propaganda política. Son esos medios los llamados a ser el escenario propicio para el debate del que habla Petro.
La mano abierta a los alzados en armas debe extenderse a los periodistas críticos. La paz, esa sí total, debe incluir un diálogo sano y equilibrado acerca de políticas y reformas.
Ya conocemos el resultado de las guerras declaradas: idéntico al de contiendas que están dejando de ser pacíficas. El debilitamiento y pauperización del periodismo por desconfianza, y el derrumbamiento o contaminación de los sistemas de pesos, contrapesos y oposición. Casi nada…