Escucha este artículo
Audio generado con IA de Google
0:00
/
0:00
Avanzan la década y el siglo y seguimos igual, que es otra forma de empeorar, así los propósitos decembrinos nos quieran hacer creer o pensar distinto.
Miren no más, en medio de tantos balances, esa cifra absurda que habla de nuestra tendencia autodestructiva: 41 quemados con pólvora en los tres primeros días de diciembre. De nada valen campañas, espejos ni el sentido común. O esa otra de las 90 masacres, con la reciente en Santa Fé de Antioquia; expresión de que aquí entendemos la diferencia como eliminación brutal del otro. O las vergonzosas 237 muertes por desnutrición de niños y niñas, según el Instituto Nacional de Salud, que son una bofetada repetida a un país que se precia de estar en vías de desarrollo, para no mencionar los casi siete millones de pobres extremos, sin que a nadie parezca atragantársele los privilegios por solidaridad o simple pudor.
Ya ni siquiera el fútbol es capaz de tapar tanta ignominia, infestado como está de hedores y malas prácticas, como lo atestigua la violencia en los estadios este fin de semana, y que ya no ameritan debate ni medidas. Sí, es una muestra, como decía un comentarista, de que el país está mal, como lo ha estado desde hace cuatro décadas, gracias a los mercachifles, las apuestas, los intereses camuflados y las voces incendiarias o cómplices en los micrófonos.
Hasta el aire que respiramos ha entrado en zona crítica para reforzar el ambiente irrespirable del debate público por culpa de la terquedad o los lenguajes de odio.
Nada distinto, como lo avizoran Medellín, Barranquilla, Cali y Bogotá, que en el próximo cuatrienio escarbarán otra vez en el pasado lo que no pudieron hallar en este presente para el olvido, salvo la certeza de cemento continuo y la degradación del transporte público con promesas que ya han probado su espléndido fracaso.
Ruedan las calendas, cambian los nombres o las denominaciones, pero lo único constante es nuestra proclividad a repetirnos en las taras, los descaches y las carencias que hacen parte de nuestro talante, esa disposición que tenemos para hacer las cosas, para no hacerlas o simplemente para, pretendiendo inocencia, dejar que pasen.
