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Lo sucedido en el Capitolio el domingo ayuda a explicar el 38 % de favorabilidad de Petro en la encuesta Pulso País publicada el lunes, y viceversa. El presidente es más hábil comunicando que gobernando, como lo demostró con su discurso en el lugar y ante el auditorio que parecen inspirarlo, muy distinto del tono cansino y digresor de otras alocuciones. A diferencia de sus opositores, que siguieron una matriz ciega, Petro adaptó su discurso para responder al balbuciente e impreciso presidente del congreso, a veces sorprendido con lo que mal leía.
La apuesta presidencial fue una suerte de rendición de cuentas. De la mano de las cifras, incluyendo grises e inexactitudes, descolocó a la oposición a la hora de la réplica y la dejó ver, en las tres intervenciones, como repetitiva, beligerante y efectista para provocar al auditorio, pero sin controvertir al primer mandatario.
Petro acudió esta vez a la razón; sus adversarios, a la emoción y a la diatriba libreteada con visos de lenguaje de odio. El presidente le habló al país, por momentos con lenguaje especializado y con cargas de profundidad, al congreso allí presente y a los que han sido parlamentarios este siglo. Los voceros de la oposición hablaron a sus barras, exaltándolas, pero especialmente a sus jefes.
En la narrativa gubernamental, Petro quiso posar como víctima en el discurso y en el relato digital posterior, y le dejó a la oposición el rol antagonista, de ataques personalistas, de querer sacarse la espina, y allí volvieron a caer algunos periodistas, transformados en activistas, hasta el punto de construir un relato alarmista e irresponsable en torno a la seguridad de la representante Lina Garrido, que solo piensa en el Senado.
Fue el inicio formal de campaña en la que el gobierno está metido de cabeza, y de una oposición vacilante tratando al tiempo de salvar a Uribe Vélez, de ganar indulgencias particulares, o insuflar la descertificación del país en la lucha contra las drogas, el aire que le falta a Petro para mejorar en encuestas. Miren a Lula en Brasil. Lástima, eso sí, que aquí todo sea un asunto de discursos.
