Tal vez ya sea hora de ponerle fecha a la fase de aprendizaje-ensayo-empalme-corte de cuentas del Gobierno. Es cierto que, con excepciones, algunos funcionarios debutan en altos cargos. También es de suponer que ameritaron conocimiento, experiencia, propuestas y planeación. El trabajo en equipo debería suscitar mesura y ponderación, más allá de impertinencias de los primeros e impaciencia de los segundos. Pero todo tiene un límite y el presidente Petro puede aún fijarlo o dejárselo a una ciudadanía cada vez más inquieta.
Parte del aprendizaje es el poder del discurso, la polisemia de los mensajes y las múltiples interpretaciones, con buenas o malas intenciones. Jugar con claroscuros es azaroso. Algo va de discutir la cascada de reformas con los movimientos sociales en las calles a hacerlo en la plaza pública: esa sutil diferencia entre pedir respaldo de las masas y hacer posible su participación con debates.
Que el Gobierno tenga derecho a reivindicar el apoyo popular, como la convocatoria del 14 de febrero, frente a llamados en contra, cargados de odio, sin línea, acuñados por personajillos trepados en cargos de dignidad que desacreditan a la oposición es distinto a recorderis de manifestaciones con tufillo de presión popular.
Descontaminar haciendo claridad y precisión es tarea para que los ciudadanos entiendan los beneficios de las reformas y luego puedan debatirlos. Lo mismo pasa con la ambiciosa y necesaria paz total, en cuya diferenciación, en relación con el origen de los guerreros, hay que insistir, por lo menos, en tres frentes: rebeldes, narcotraficantes y quienes comenzaron por lo primero y se dejaron permear por lo segundo.
Sí, el debate interno entre funcionarios es necesario, pero la información a la población debe unificarse después de necesarias negociaciones, de las que, al parecer, activistas con poder no quieren saber. Sí, arriesgar y experimentar, pero dominar procesos y viabilidad antes de lanzar soluciones mágicas. Sí, tres años y medio es poco, pero el mensaje de urgencia no debe confundirse con el atropellamiento o la omisión de tiempos e instancias. Como dice el refrán, con calma que vamos de prisa.