Estamos en cuenta regresiva… del año, del período presidencial y de la democracia tal como la idealizamos. Lo primero habla de la improvisación con la que cierra la legislatura, la falta de acción y claridad del ejecutivo y de las contradicciones del poder judicial haciendo desplantes en ceremonias de nombramientos o condecoraciones para convertirlas en actos políticos, que celebra la oposición, ¡en nombre de la independencia!
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Lo segundo extiende una pausa de 45 días entre quienes aspiran a hospedarse en la Casa de Nariño, mientras analizan encuestas internas, evalúan estrategias y juegan a la futurología de la mano de expertos en enredarles la pita. Si fueran prácticos, enfocarían esfuerzos en los cuatro ejes que pondrán presidente en 18 meses.
El primer factor diferencial es la propuesta de seguridad con una alternativa confiable que intermedie entre las frustraciones que dejó la mano dura de comienzo de siglo, que no solucionó el problema, y las de la mano extendida actual, que lo fraccionó a niveles indetectables. El segundo es un espíritu componedor, pero activo, que lidie con indignaciones gratuitas y odios viscerales y que permita, por lo menos en campaña, ponerse por encima de ambiciones personalistas, la desinformación y la sectarización. Con la corrupción ya vimos que no podemos. El tercero, una propuesta de esperanza que recupere el estado de ánimo colectivo que la oposición chapucera menoscabó sin entender que se hundía con ello. Y el cuarto es el pretendido ejemplo de éxito personal del candidato que construye el imaginario de experiencia en administración, sin conocer muchas veces el hedor de las prácticas para conseguirlo.
El único problema es que la receta también la conocen quienes juegan al borde de lo legal, no les interesa lo legítimo y no tienen límites ni escrúpulos para alcanzar sus fines. En esas manos sí que contaríamos los días restantes de este sistema político imperfecto y manoseado que todos dicen defender.