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Si fuera por el legalismo, que nos corroe como una bacteria, no habría necesidad de reformas, reconfiguraciones o transformaciones. Solo dejarnos llevar por el peso de la letra muerta, con esa fe ciega en la oscuridad apolillada, esa que no cambia ni en los códigos ni en sus defensores a ultranza.
No importa que allá afuera los habitantes de este país solemne e hipócrita se sigan matando en violencias y guerras estúpidas, pero, esas sí, renovadas por ambiciones sin nombre, en medio de debates grandiosos y también insulsos, sobre la irreversibilidad de las leyes y el absolutismo de normas espectrales que hoy invocan, desde mullidos y seguros sillones, quienes se niegan a abrir caminos de negociación con todas las partes del conflicto.
Dejar por fuera las disidencias o a los narcotraficantes que buscan vincularse a la Paz Total acudiendo al manido y simplista argumento de la impunidad, también vista en términos absolutos, o circunscribiéndolo a la descongestión carcelaria, no solo abre un boquete al proyecto en marcha, sino que garantiza la extensión de la guerra por varias generaciones.
Es cierto que al gobierno le ha faltado claridad, creatividad y contundencia para superar las “barreras jurídicas” que, en realidad, han convertido en obstáculos insalvables quienes, por estos días de cuaresma, se dan golpes de pecho, repiten oraciones de perdón u ofrecen sus mejillas a las agresiones solo mientras terminan sus oficios religiosos, para dar paso a la inexorable ley y, de ser posible, a la del Talión.
Confundir los beneficios en las negociaciones con protección o toma de partido por quienes han delinquido, en detrimento de “los buenos” (que aquí se creen todos) o hablar de debilidad del Estado es viciar el debate con moralina afincada en las creencias y en los prejuicios, es decir en la posverdad. Es el frente semántico para impedir la transformación de lo jurídico y lo político. Claro, siempre quedará espacio en los epitafios y discursos conmemorativos en tumbas y fosas comunes para alardear de nuestro legalismo, el más incoherente de nuestras pretendidas coherencias, La más cara deuda con el futuro, es decir, con nuestro pasado repetido.
www.mariomorales.info y @marioemorales
